Era una tarde apacible en Roma, Gabriele y Luka se habían sentado en el pequeño balcón del apartamento que compartían desde hacía uno tiempo, disfrutaban de la brisa fresca mientras la ciudad oscilaba en quietud, ajena a lo que estaba ocurriendo entre ellos.Habían pasado seis meses desde que comenzaron a salir, desde que Gabriele finalmente decidió dejó atrás los fantasmas de Luciano y se permitió amar de nuevo. Pero, aunque su relación con Luka había avanzado en muchos aspectos, había algo que Gabriele no podía dejar ir. No había dado el paso definitivo. Algo dentro de él seguía resistiéndose, y no podía entender por qué.Luka, siempre tan atento y cariñoso, nunca lo presionó. Pero hoy, mientras se encontraban abrazados en el sofá del apartamento, algo en el ambiente había cambiado. Luka lo miraba de una manera diferente, sus ojos reflejaban algo que Gabriele no podía ignorar. El roce de su mano sobre la piel de Gabriele no era casual, ya no. Era más urgente, más insistente, era como
La mañana se deshacía en tonos azulados, cuando Gabriele se sentó junto a Luka en el mismo sofá donde, hacía apenas unos días, habían tenido aquella conversación difícil. El ambiente estaba impregnado de un olor a café recién hecho y a una fragancia ligera que Luka siempre usaba, algo entre limpio y aterciopelado, como su esencia.Gabriele jugueteaba infantilmente con la manga de su suéter, mientras Luka leía distraídamente un libro, con sus pies descalzos apoyados en la mesa baja. Finalmente, Gabriele inhaló profundo, reuniendo valor.—Luka... —comenzó, su voz era baja, casi tímida.Luka alzó la mirada de inmediato, como si algo en el tono de Gabriele lo alertara. Cerró el libro sin marcar la página y se volvió hacia él, dándole toda su atención.—¿Qué pasa, cariño?Gabriele sonrió de lado, inseguro. Se acercó un poco más, hasta rozar las rodillas de Luka con las suyas.—Mis padres... van a celebrar su aniversario de bodas la próxima semana. —Se detuvo, midiendo sus palabras. — Harán
El cielo, teñido de un gris perlado, parecía presagiar la lluvia sobre el norte de Italia, el rugido constante del motor llenaba la cabina, mientras el avión se elevaba atravesando capas de nubes deshilachadas. A través de la pequeña ventana ovalada, Gabriele veía cómo la ciudad debajo se encogía hasta volverse apenas un entramado de contornos diminutos.Se removió ligeramente en su asiento, intranquilo, tamborileando con los dedos sobre su propio muslo. Luka, a su lado, notó el movimiento y sigilosamente, deslizó su mano sobre la de él, entrelazando sus dedos en un agarre afectuoso.Luka seguía hojeando distraídamente una revista, sus ojos regresaban a Gabriele una y otra vez, como si buscara leer en su rostro algo que no terminaba de entender. Cada tanto, sus rodillas se tocaban furtivamente, un roce ligero, casi accidental, pero cargado de una electricidad que parecía vibrar entre ellos, una conexión que se manifestaba en esos pequeños gestos compartidos.—¿Estás preocupado? —pregun
La noche había caído con frescura sobre el jardín de la casa de los padres de Gabriele, envuelta en la brisa y ligeramente perfumada por las flores nocturnas que comenzaban a abrirse. La luz de las lámparas de hierro forjado, suspendidas entre los árboles, se reflejaba en los cristales de las copas de los diferentes licores que se servían, creando destellos dorados que danzaban al ritmo de un viento placido.La música flotaba en el sitio, como una corriente transparente que arrastraba a todos los invitados a un lugar suspendido en el tiempo. Un cuarteto de cuerdas se encontraba en un rincón, su música exquisita y conmovedora llenando el espacio con notas sublimes que se fundía con las voces flotantes. El violín era el protagonista, dibujando notas altas que parecían rozar las estrellas, mientras el chelo y la viola ofrecían un contraste suave pero potente, envolviendo a los presentes en una armonía silente que solo una velada como esa podría ofrecer.El jardín, cuidadosamente diseñado
La noche seguía cayendo como una capa pesada sobre Gabriele. Cada paso que daba se sentía como si llevara una cruz demasiado grande, como si la quietud del jardín no pudiera apaciguar la confusión emocional que ardía dentro de él. Luka lo había acompañado hasta una banca cerca de la piscina, donde se sentaron juntos. La angustia de lo que acababa de suceder se mantenía ahí, un dolor insoportable lo estaba destruyendo internamente. Gabriele no podía escapar de Luciano, había sido breve, esa aparición en la fiesta, pero lo suficiente para revivir algo en su interior que pensaba que había dejado atrás.Luka observaba en silencio cómo Gabriele se desmoronaba de una manera casi ridícula solo con la presencia de Luciano. Era como si, al ver de nuevo a ese hombre, una parte de su fortaleza se desvaneciera, dejándolo vulnerable una vez más. Gabriele intentaba aferrarse a Luka, al amor que ahora le ofrecía, pero no podía evitar sentirse como si estuviera, de nuevo, a merced de Luciano. Era com
La noche había envejecido sin que Gabriele se diera cuenta. Seguía sentado en la misma banca junto a la piscina, inerte, como una estatua abandonada bajo el cielo oscuro. Sus ojos vacíos fijos en el agua que ya no reflejaba astros brillantes, sino pedazos de sí mismo.La puerta principal se abrió con un crujido, su madre fue la primera en verlo: descompuesto, perdido y con el alma hecha jirones. Un grito ahogado escapó de sus labios, y en segundos su padre también salió, su expresión endureciéndose al ver el estado lamentable de su hijo.—¿Gabriele? ¿Qué demonios ha pasado? —preguntó, su voz grave atravesando la quietud.Gabriele no respondió. Solo bajó la cabeza, como un niño atrapado en medio de su propia ruina.La familia no tardó en rodearlo, preguntándole mil cosas que él apenas oía. Fue su madre quien se agachó frente a él, rozándole el hombro con una mano acogedora.—Estoy aquí cariño—susurró ella—, dime qué paso.Gabriele se desmoronó entre sollozos entrecortados, terminó conf
La madrugada era un fantasma de bruma y lluvia cuando Gabriele, con los ojos enrojecidos y el cuerpo tiritante, decidió que no podía quedarse. No en esa casa, no después de todo.Sin maleta, sin abrigo, sin rumbo fijo más que su propio tormento, escapó.Sus pasos erráticos lo llevaron a la ciudad dormida, hasta que la imponente silueta del edificio donde vivía Luciano surgió ante él. El vestíbulo, frío y luminoso, parecía un reino al que ya no pertenecía. Aun así, avanzó.—¿Nombre? —preguntó el recepcionista, mirándolo con desconfianza.—Gabriele... quiero ver a Luciano Vaniccelli—balbuceó.El hombre negó con la cabeza, inexpresivo.—El acceso al ascensor privado es solo con autorización. No puede pasar.—Por favor... —suplicó Gabriele, con voz vacilante. — Solo... solo llámalo.No hubo compasión del portero. La puerta automática se cerró con un pitido seco tras él, y Gabriele se quedó afuera, bajo la lluvia, empapándose hasta los huesos.Con manos debilitadas, sacó su teléfono, marcó
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron co