Sueño de una noche ardiente.
Sus cuerpos apenas podían recuperarse de todo lo que había pasado unos minutos atrás. Peter no quería separarse de ella; sentía que si lo hacía, Vicky se esfumaría como en cada uno de sus sueños. Esos sueños que se había obligado a reprimir por un amor que ya había muerto hacía tiempo, pero que, por alguna razón que hasta ese momento no entendía, seguía manteniendo vivo en su interior.
Por su parte, Vicky suspiraba, intentando encontrar la calma necesaria para pensar o moverse, mientras su mente se debatía entre el placer y la razón. Meció los cabellos castaños de Peter, suaves y delicados como los recordaba; ahora, al notar algunas canas, no pudo evitar sonreír. Peter era un hombre guapo, con un cuerpo trabajado por el ejercicio, y ella se sentía diminuta entre sus brazos, completamente absorbida por su presencia.
—Has madurado —musitó apenas audible, sonriendo como una colegiala—.
Él la escuchó, por supuesto.
—Tú también, Vicky, y no sabes lo orgulloso que me siento al ver en la gra