Ellas están en serio peligro.
Mientras el gerente movilizaba a todo su personal para averiguar si el tal Martínez seguía en el hotel, el oficial Chávez tamborileaba con los dedos sobre el mostrador, su mirada fija en la copia de los archivos que le había entregado uno de los hombres de Michael.
—Esto no es nada bueno… —murmuró entre dientes.
A Martínez no solo lo buscaban en varios países, también en México. Su reputación, o más bien su modus operandi, era de los más temidos en el bajo mundo. Viejo, pero letal. Un sicario que no se detenía ante nada: cumplía el encargo con las víctimas vivas o muertas, siempre y cuando la suma que recibía fuese suficiente.
El aire en el lobby estaba cargado, como si cada palabra escrita en esos papeles hubiese impregnado de tensión las paredes. La recepcionista, nerviosa, apenas atinó a tragar saliva antes de hablar:
—Abandonó el hotel ayer, a las tres de la tarde.
Chávez la miró con atención y todo comenzó a encajar. El gerente, pálido como una hoja, tuvo que ser sostenido por un