La habitación estaba envuelta en la penumbra, apenas iluminada por la luz que entraba desde la ventana. El murmullo del mar se escuchaba a lo lejos, rítmico, constante, como un testigo silencioso de lo que ocurría entre ellos. Vicky estaba recostada de lado, con las sábanas hasta la cintura, mirando a Peter que permanecía tendido boca arriba, con un brazo bajo la cabeza y el otro descansando cerca de ella, como si quisiera tenerla siempre al alcance.
El calor del día en la playa aún parecía pegado a su piel, pero era un calor distinto, más íntimo, más cercano. Ella se acomodó un poco y lo observó en silencio, hasta que por fin se atrevió a preguntar con voz suave, casi temerosa:
—¿Qué pasará con Lizzie?
Peter desvió la mirada hacia el techo, como si estuviera juntando fuerzas antes de hablar. Su mandíbula se tensó y se relajó varias veces, hasta que soltó un suspiro largo, cansado.
—La encontré con el médico como te dije… —dijo y suspiró aliviado.
—Ya lo sé ¿pero qué harás? —preguntó