Mientras tanto, a cientos de kilómetros de allí, en el aeropuerto internacional de Cancún, descendía el jet privado de los Falcone. La aeronave, elegante y oscura, impuso respeto desde el primer instante en que sus ruedas tocaron la pista de aterrizaje.
Peter esperaba junto al oficial Chávez, con los nervios carcomiéndolo. Se sentía como un condenado aguardando su sentencia. Sabía que enfrentarse a los Falcone no sería fácil, y mucho menos después de lo ocurrido. Tragó saliva al ver las figuras de tres hombres imponentes descender por la escalerilla metálica.
El primero era Michael, el hermano mayor de Patrick, exmilitar con una empresa de seguridad internacional. Su porte rígido y la expresión severa lo convertían en un muro imposible de escalar. Tras él, descendió el patriarca, Mike Falcone, cuya sola mirada era capaz de congelar la sangre. Tenía ese gesto de “mantente lejos” que dejaba claro que Peter estaba en serios problemas.
Pero quien lo desarmó por completo fue Patrick. Apena