Vicky mantenía a Tory fuertemente abrazada, como si con la presión de sus brazos pudiera crear un escudo invisible contra todo lo que las rodeaba. La camioneta avanzaba sin detenerse; el traqueteo de las ruedas sobre el camino de tierra hacía vibrar el piso metálico, y el aire estaba cargado de miedo. Desde las ventanas polarizadas no se distinguía nada, solo sombras que se deslizaban de un lado a otro.
Los hombres hablaban en español entre ellos, creyendo que ella no entendería, pero Vicky había aprendido lo suficiente como para captar fragmentos.
—Estamos cerca —dijo uno con voz ronca.
El hombre del sombrero de ala ancha, Martínez, atendió el teléfono que vibraba en su chaqueta.
—Sí, patrón… ya estoy llegando con los paquetes. —Guardó el celular con parsimonia y luego giró hacia Vicky, sonriendo con esos dientes amarillentos.
—Ya falta poco.
Ella lo miró con furia, la mandíbula tensa.
—¿Poco para qué? ¿Qué planean con nosotras?
Martínez no respondió. Solo se acomodó el sombrero y s