La tarde en Moscú era gélida, pero no tanto como para congelar la adrenalina que corría por las venas de Kira Valdivia.
Llevaba su abrigo cerrado hasta el cuello que contrastaba con sus labios carmín. Continúe caminando por la entrada lateral del hotel Ivanov, evitando el vestíbulo principal barrotado de prensa, empleados y algún que otro huésped curioso por el reciente atentado contra su abuelo, Dimitri. Va directo al parqueo soterrado.
No quería más miradas. Más preguntas. Más cámaras.
El aire nocturno le golpeó el rostro apenas cruzó la puerta, y susspiró con fuerza. No había guardias a la vista, aunque sabía que su equipo de seguridad la monitoreaba desde puntos estratégicos. O eso creía.
Tomó su teléfono y envió un mensaje rápido a Konstantin: "Me voy primero, a casa de mi abuelo, mi tío quiere verme".
Pero no tuvo tiempo de ver si lo leía.
Un ligero silbido, imperceptible para cualquier oído común, cortó el silencio del callejón contiguo. Kira apenas alcanzó a girar la cabeza an