El salón principal resplandecía como una joya cara: lámparas de cristal, mesas vestidas de blanco perla, risas cuidadas y copas de champán que tintineaban como música de fondo.
Es domingo por la noche, él salón principal del hotel Ivanov, brilla bajo los candelabros de cristal, pero ninguna joya relucía tanto como el vestido de Kira Ivanov Valdivia que su abuelo le había regalado como regalo por su cumpleaños. El diseño, ceñido a su figura esculpida, estaba confeccionado con una delicada tela de seda negra que se fundía con millas de piedras de Swarovski, como si un cielo estrellado hubiera descendido a su piel. Su maquillaje de noche realzaba sus rasgos: labios rojos como la granada, pómulos elevados con un destello dorado, y unos ojos grises, enmarcados por un delineado preciso, que parecían perforar a quien se atreviera a sostenerle la mirada. Su cabello, recogido en una alta coleta que caía con la elegancia de una cascada oscura, hasta la cintura, dejaba al descubierto su cuello largo y delicado. Había algo en su puerta, de la manera en que se movía entre la élite rusa, que desentonaba sutilmente. Como una nota fuera de escala en una sinfonía perfecta. Nadie podía señalar exactamente qué, pero todos sentían que Kira era distinta. Más peligroso. Más fascinante. Esa noche, su abuelo, Dimitri, anfitrión de la cena de negocios, había preparado el encuentro con semanas de anticipación. El motivo oficial era cerrar un negocio importante, la celebración de una nueva alianza de paz entre ambas familias rusas y la compra de unos pozos petroleros, pero la verdad era mucho más calculada: presentar a su nieta con el heredero primogénito de los Vólkov. Y quizás, vender algo más que un pacto económico y una tregua. Dimitri sabe la joya que tiene como nieta y sabe que ella no accedería tan simple en conocer a los descendientes del hombre que mandó a asesinar a su padre. Pero lo veía necesario. Tiene algo más grande de lo que preocuparse: la mafia japonesa, que amenaza con su estabilidad y su imperio. Por eso desea, no solo una tregua con los volkov sino también una unión. Es mejor tener a tus amigos cerca ya tus enemigos más cerca. —Kira Valdivia Ivanov, mi amada nieta —anuncia Dimitri con su voz grave a los presentes—, quiero presentarte a alguien, mi querida cumpleañera. Pareciera que fue ayer que te tuve en brazos. Los aplausos no se hicieron esperar. Kira sonrie. Konstantin apareció desde el otro extremo del salón, vestido con un esmoquín impecable, el cabello rubio peinado hacia atrás, dejando ver su mandíbula definida y sus ojos color azulados. Caminaba con esa mezcla de hombre gladiador y poder contenido que sólo los hombres acostumbrados a dominar poseen. Al llegar frente a ella, hizo una leve inclinación de cabeza. Al cruzar el umbral, Kira se acomodó el vestido con un movimiento firme de las manos, levantando ligeramente la cola bordada con cristales que no llegaba al piso. Sus ojos, fijos al frente, su semblante imponente. Su coleta alta seguía impecable, su respiración era normal hasta que lo vio, hasta que ella levantó la cabeza, nunca imaginó que su mundo se venía abajo. Ella toma el brazo de su abuelo y le da un beso en ambas mejillas. Konstantin, justo detrás de ella, deslizó los dedos por el borde de su saco. Lo alisó con un movimiento elegante y se colocó bien el moño del fumar mientras inhalaba profundamente. Sus zapatos lustrados volvieron a brillar bajo las luces doradas. "¡¿Que carajos?!" —piensa ella al verlo. El parecía no estar sorprendido —Este joven es Konstantin Vólkov, primogénito y heredero de la familia del mismo apellido. Está aquí para cerrar unos tratos millonarios, estará instalándose en una de nuestras oficinas en el hotel, luego. Lo dejo a tu cuidado, nieta querida. Además será tu acompañante de esta noche. —Buenas noches, señorita Valdivia. Feliz cumpleaños tardío— él se inclina toma su mano y deposita un suave beso en su palma llena de venenosos sentimientos no dichos. Ella no sabía si tocaba el cielo con las manos o estaba teniendo una pesadilla. Pero de lo que está más que segura es que lo odia con todo el amor de su vida. —Gracias joven Vólkov —le dice ella con una sonrisa más falsa que una papeleta de tres dólares. Kira sintió un nudo en el estómago. Lo conocí muy bien, su enemigo y la razón por la que lloro y no pudo pegar ni un ojo en toda la noche. Lo había visto antes con esa pelirroja y la sangre le hervía de nuevo. Lo había tenido a su merced con una daga en la garganta días atrás, vestida con cuero, sin nombre, ni rostro. Ella se había escapado. O él lo había dejado ir. Aún no lo decidía. Él la observará con un interés palpable. Cada detalle de su rostro, cada curva, cada sombra, parecía hipnotizarlo. No era sólo deseo lo que brillaba en sus ojos. Era desconcierto, dudas y curiosidad. —Esta es mi madre Kendra de Vólkov. Una señora de temple frio le extiende la mano y le da un beso en cada mejilla. —Una placentera señorita Ivanov. Feliz cumpleaños. —Gracias. —Vamos al gran salón, la cena se enfría—anuncia Dimitri. Ambos caminaron, uno junto al otro algunos cuantos pasos como si nada hubiera pasado. Como si sus cuerpos no se hubieran encontrado antes, como si no se hubieran lanzado golpes en silencio casi hasta morir. Como si no se odiaran. O algo peor… como si no se desearan a la fuerza. No sabe en qué estaba pensando su abuelo, pero esa era una muy mala idea. Ella mantuvo su mirada sin miedo. Había entrenado años para momentos así. El juego de los espejos. La manipulación sutil. Y sin embargo, esa noche, su corazón latía más rápido de lo que debería. Durante la cena, los sentaron juntos. Él no dejó de hacerle preguntas: sobre sus gustos, su educación, sus viajes. Kira respondía con naturalidad medida, deslizando verdades entre medias mentiras. Cada palabra era una danza. Cada silencio, una maldita trampa. —¿Y tú, Konstantin? Te puedo llamar por tu nombre ¿Cierto? —pregunta ella en un momento, entre sorbos de vino tinto—. ¿Qué haces cuando no estás firmando tratados, viajando o sonriendo para las cámaras? —Colecciono cuchillos de todo el mundo y persigo sombras —responde él, con media sonrisa—. A veces intento cazarlas. La frase la descolocó. Por un segundo, creyó que hablaba de ella. Pero él sólo alzó la copa en un brindis informal. —¿Sombras? ¿A qué te refieres? —sigue ella con tono ligero. —Como asesinos. Casi muero por una, hace poco. Hermosa, letal... como un mito. Creo que me dejó vivir por lástima o por mi mirada. Kira sintió un escalofrío recorrerle la columna. Mantuvo la compostura, aunque sus dedos se tensaron sobre la servilleta. —Y ¿piensas encontrarla? —pregunta, con voz baja. —No dejo cosas inconclusas. —la mira, profunda—. Pero esta noche estoy más interesado en otra mujer peligrosa, frente a mi. La tensión entre ambos era más que evidente. Los demás comensales charlaban, reían, brindaban, sin notar el duelo silencioso que se libraba en esa esquina de la mesa. Ya en la mesa principal, los padres de ambas familias charlaban con sonrisas estudiadas, mientras el anfitrión levantaba la copa, anunciando un nuevo brindis. —Por el futuro de nuestras familias, por la tregua firmada, los negocios y por la unión de los nuevos tiempos. Que este sea el inicio de la paz duradera —declara el anciano Ivanov, alzando su copa con una autoridad que imponía respeto. Kira levantó la suya sin decir palabra. Su rost ro era un retrato de diplomacia, pero Konstantin, a su lado, sabía que su sangre era lava corriendo bajo mármol. Fue entonces cuando él dio un paso hacia ella, ignorando las miradas. Aprovechando el momento, con todos los presentes atentos al brindis, tomó con naturalidad la mano de Kira entre las suyas. Y la besó de nuevo y sin su permiso. "Mendigo oportunista y mujeriego de m****a" — piensa Kira. Lento. Intencional. Como si fuera un gesto de respeto. Pero sus labios tocaron su piel con más permanencia de la necesaria. No fue una caricia. Fue una medida de provocación. Kira no se mueve. No retiró la mano. Pero cuando él alzó la vista y la miró a los ojos, supo que, de no estar rodeado de tanta gente, ella le habría estampado la copa en la cara y después le habría roto todos los dientes con la misma elegancia con la que usaba tacones de quince centímetros. El fuego en sus ojos no era disimulado. Era una llamadada que amenazaba con salirse del control. Konstantin le sonri con descaro. —Me alegra tu grata bienvenida, que pequeño es el mundo ¿cierto? —Si...tan pequeño que aun no lo creo. Y fue en ese instante que su pensamiento cambió. Después de la cena, hubo música en vivo. Konstantin le ofreció la mano para bailar. Kira aceptó. En la pista, sus cuerpos se movieron en perfecta armonía. La cercanía física encendía aún más lo que ya ardía por dentro. —¿No te asusta estar tan cerca de un hombre como yo? —murmura él mientras giraban. —¿Y a ti? ¿No te inquieta bailar con una asesina como yo? —le aprieta la mano herida y él solo se mordió los labios. —No me inquieta... me intriga. Hay algo en ti que no encaja. Como si fueras de otro mundo. —Tal vez lo soy —susurra Kira. La música se detuvo. Él no soltó su mano. —Me gustaría verte otra vez. A solas. —Y si te dijera que eso podría ser... ¿peligroso? Él sonríe. Una sonrisa torcida, encantadora, con un filo apenas visible. —Me encantan los riesgos. Sobre todo si se ven como tú. No estaba solo frente a una chica guapa con una lengua afilada. No era simplemente la hija de una familia rival. No. Aquella mujer que le quemaba la piel con una mirada era un arma. Un arma humana. Entrenada. Precisa. Letal. Y malditamente hermosa. La familia Ivanov no solo firmaba tratada. Criaba asesinas con vestido de gala y diplomacia en las pestañas. La revelación lo atravesó como un relámpago. —¿Quién eres en realidad, Kira Valdivia Ivanov? —pensó mientras la soltaba, finciendo galantería. El resto de la velada continuó entre risas vacías y brindis repetidos. Pero Konstantin apenas oía. Su estaba dividida atención entre dos cosas: el recuerdo del roce de su piel… y la creciente obsesión por saber qué diablos había ocurrido con su padre, la razón de su odio hacia su familia, hacia su persona. Qué había visto ella. Qué le había arrebatado tanto, tanto como para tener que jurar venganza desde una edad en la que otros aún jugaban con muñecas. "¿Qué pasó realmente aquella noche?" —se pregunta mientras la observa sonreír a un invitado, como si no hubiera sido un huracán hace apenas minutos. Kira era un enigma de seda y acero. Y él estaba decidido a abrir cada una de sus capas. Derribar sus muros y cruzar su frontera hasta su corazón. Aunque eso significa sangrar en el proceso. Y pedir perdón desde los mismos huesos.