Kira se quiere retirar del evento, pero aún está con el pulso acelerado y el corazón dividido en más de dos trozos.
Si se va tan temprano se verá como una falta de respeto, así que decidirá decirle a su abuelo que quiere hablar con el más tarde, pero que irá a tomar aire primero. —Esto no me puede estar pasando a mí —susurra para ella, mientras sale a uno de los jardines. Sabe que debe mantenerse lejos de ese maldito hombre. Que Konstantin no era un aliado, piensa que está engañando a su abuelo ya su familia. Que si a él le daba la gana, lo suyo no sería una historia de amor, sino de sangre y traición. Pero mientras bajaban las escaleras por la puerta trasera, sola, sintió algo más que incertidumbre. Sintió deseo. Y eso, en su mundo, era la amenaza más peligrosa de todas. El aire nocturno olía a jazmines. Kira caminaba despacio con mas de un trago de alcohol en su cuerpo entre los senderos de piedra del jardín del hotel, dejando atrás el bullicio del salón de cenas. Cada paso que hacía chasquear sutilmente los cristales de Swarovski de su vestido, como si la oscuridad misma la reconociera. Su coleta alta se balanceaba con gracia, como el látigo de una reina que ha decidido retirarse del juego solo para recuperar fuerzas. No pasó mucho antes de que escuchara pasos detrás de ella. —Tan pronto huyes de mí, Kira Valdivia? Mira que pequeño es el mundo. Encontrarte aquí realmente me ha hecho sentir más calmado—La voz grave de Konstantin sonó a unos metros detrás de ella, cargada de una falsa ligereza. Ella no se volteó de inmediato. Siguió caminando hasta llegar a un pequeño mirador de piedra que daba al lago artificial del jardín. Las luces del hotel se reflejan sobre la superficie del agua. —Huir? —repite Kira con sorna, aún de espaldas—. Si estuviera huyendo, créeme que no dejaría rastros. Y a todo eso que maldita mentira le dijiste a mi abuelo ya mi familia para estar aquí como un bueno e inocente persona. Konstantin se detuvo a un par de pasos, lo justo para no invadir su espacio, pero lo suficiente para que el perfume de ella le llegara: una mezcla de gardenias, y arrogancia. —Pensé que podríamos hablar sin testigos. Y en cuanto tu familia fue las que nos invitaron, en un principio iba a venir solo pero una chica letal intentó asesinarme. —dice él, con voz más baja. —Hablar? ¿Ahora sí? ¿O vas a seguir finciendo que no me conoces, como en la cena? ¿Por eso vienes bajo la falda de tu mami? ¿Crees que eso me detendría? Finalmente, Kira dio vuelta. Sus ojos eran dos cuchillas de hielo grises. Konstantin traga saliva. No por miedo, sino porque verla así, tan imponente, tan real, lo desarmaba más que una bala en el pecho. Para nada la misma chica que salió huyendo del bar la noche anterior. Estaba acostumbrado a mujeres que fingían, que sonreían por interés o por protocolo. Pero Kira no era como esas. Era una tempestad en tacones y traje en cuero. —No podía reconocer públicamente a una mujer que intentó matarme. ¿Acaso quieres estar tras las rejas? Creo que me debes una—replicó él, con una media sonrisa. —No me obliga a volver a intentarlo —contesta ella con frialdad—. Sería más certera esta vez. El silencio entre ellos se tensó, como una cuerda demasiado estirada. Konstantin entrecerró los ojos, evaluándola. Tenía que admitirlo: la Kira del jardín era incluso más fascinante que la de la cena. En nada se parece a la quita de la noche anterior. —Tienes una puntería preciosa —murmura él, cargando la cabeza—. Pero yo no vine aquí a hablar de disparos. Vine a hablar de lo que vendrá. —Y yo quiero dejarte algo claro —dice ella, alzando el mentón—: no me importa un carajo lo que tú o tu familia quieran de mí. Estoy aquí porque mi abuelo quiere preservar la tregua. Esa es la única razón. Así que no te pases de listo aquí conmigo. Konstantin dejó escapar una leve risa. No de burla, sino de admiración. —Directa. Me gusta. —No estoy aquí para gustarte, Vólkov. Estoy aquí para evitar una guerra, no para jugar a las familias felices. —Lo sé —le dice él, más serio—. Pero eso no significa que no podamos llevarnos bien o divertirnos. No soy un mal tipo. Kira lo mira fijamente, con los brazos cruzados. — ¿Y qué significa para ti “llevarse bien”? ¿Coquetear en cenas, encontrar interés mutuo mientras nuestras familias nos miran con binoculares? ¿Crees que porque me miraste con esos ojitos de niño herido voy a caer rendida o enamorada? —Y si te dijera que no estoy finyendo? Kira traga en seco. —Te diría que estás aún más jodido de lo que pareces —espetó ella. Konstantin se acercó un paso más, tentado a probar sus propios límites. Ella no retrocedió. —Podríamos ser aliados —dice él en voz baja—. Podríamos jugar esto a nuestra manera. Lo que te dije aquel día en el balcón de mi penthouse mientras te sostenía sigue siento verdad. Me gustaría que nos conociéramos y nos llevemos bien. —No estoy buscando aliados. Me dijiste eso cuando no sabías que sería yo la mujer con la que te iban a emparejar. Eres un sínico mujeriego. ¿No te coformas con la mujer del bar? —responde ella con calma helada—. Estoy aquí por la paz. Nada más. Si tú, Konstantin Vólkov, decide cruzar la línea, te juro que la tregua no va a detenerme. Ni a mí, ni a los míos. La amenaza flota en el aire como una niebla densa. Él se queda en silencio unos segundos, observando su rostro, su fuerza, su rabia contenida. —Así de poco me valoras? La mujer del bar solo es una amiga. ¿Por eso saliste corriendo? Realmente te esperaba a ti, pero por lo que había pasado entre nosotros nunca imaginé que estarías alli. ¿Te sentiste celosa y por eso te fuiste de esa manera? —pregunta finalmente. —Te valoro una m****a. Lo suficiente para saber que eres peligroso y un mentiroso encantador. Pero a mí no me deslumbra un rostro bonito ni una voz grave, ni lo que sea que llevas bajo ese traje. Lo que me importa es el respeto, y tú no lo tuviste esta noche ni desde que te conocí. —Te aseguro que lo tuve. Pero también tengo órdenes. —Yo también tengo las mías. Pero a diferencia tuya, yo no me arrodillo por nadie. Ese último dardo le dolió más de lo que hubiera querido admitir. Konstantin volvió a dar un paso atrás, no por miedo, sino por respeto. —Está bien —dice con calma—. Entonces mantendremos la paz. Pero déjame aclararte algo también, Kira Valdivia Ivanov… Ella levanta una ceja. —No vine solo por la tregua. Vine porque desde aquella noche, desde esa bala que rozó mi cuello, no dejo de pensar en ti. Irónico ¿No? —Estás enfermo. —Vine porque aunque se que me odias, me dejaste marcado. No básicamente… sino aquí. Se tocó el pecho, sin exagerar. Ella lo miró, casi con desdén. —No te hagas el mártir —susurra—. Si sientes algo, lidia con eso tú solo. Yo no vine aquí a reparar las emociones que tu mundo de hielo no sabe manejar. Pero recuerda que estoy hecha para conquistar y destruir la conquista. —No quiero que repare nada. Solo quiero conocerte… sin máscaras. Me encantaba tu forma de pelea y como manejas el cuchillo. Kira lo mira en silencio unos segundos. Luego suena con una amargura elegante. —Y si cuando me conozcas descubres que no soy la mujer que esperabas? ¿Crees que daré a luz a tu hijo y habrá un feliz para siempre? —Eso no lo sabemos. Pero entonces me encantó saber que me equivoqué. —Espero que te quede claro lo que hemos hablado aquí. No me interesa nada de lo que tengas y no estaba celosa ayer...solo recibir una llamada urgente y no ví a ese camarero. Ella giró sobre sus tacones y empezó a caminar de nuevo hacia el hotel. —Buenas noches, Vólkov. Pero el no está dispuesto a terminar esa conversación así.