CAPÍTULO TRES – EL REGRESO

La chica de cabello negro, cayó al suelo, estaba desmayada, la observé detenidamente. Esta chica era realmente muy parecida a Deb, solo había pequeños rasgos que la diferenciaban.

Corrí bajo la espesa lluvia que caía, tras esa chica que, de alguna forma, sabía que era mi amada, mi corazón me lo decía a gritos. Mi mente estaba a mil, no entendía qué pasaba. La única explicación razonable es… que de alguna forma mi amaba, mi Deb, regresó a mis brazos.

La tome de la nuca y la acerque a mi pecho, besé su frente y me di cuenta de que tenía un gran parecido a Deb. Contemplé su hermoso cabello lacio, sus ojos cerrados, sus labios carnosos que se encontraban semiabiertos y su color rojo intenso que me impulsaban a besarla, pero sabía que no podía. Su hermosa tez blanca relucía bajo la espesa lluvia y lo único que deseaba era que abriera sus hermosos ojos.

—Mi amor, ¿Eres tú? —Pregunté emocionado, mis lagrimas se mezclaban con la lluvia interminable.

Ella no respondió.

Sus ojos continuaban cerrados y su boca semiabierta, mi cuerpo seguía tentado, cada partícula de mi cuerpo quería sentir de nuevo sus labios.

La tomé en mis brazos y llevé hacía mi coche. La dejé caer en el asiento del copiloto y encendí el carro yendo directo hacia el hospital. Rápidamente la indujeron a terapia intensiva y no supe más de ella.

Dieron las nueve, diez... once y a las doce, una enfermera me despertó. Me había quedado dormido en la sala de espera.

— ¿Usted es familiar de la chica con nombre Débora Barker?

—Sí, si —Contesté aún medio dormido, sentía el cuerpo entumecido.

— ¿Gustaría pasar a verla? —Preguntó la enfermera con una sonrisa.

Yo asentí rápidamente, me puse una especie de bata azul y entré a la habitación donde ella estaba.

Su piel blanca no tenía ningún rastro de rubor en sus mejillas, ni siquiera sus labios tenían ese color rojo que me hacía querer besarla. Y empezaba a extrañar sus besos, sus cálidos abrazos y sus palabras tan tiernas en mi oído.

La contemple mirándola desde el marco de la puerta mientras me apoyaba en éste. Ella me miro desubicada, y por un gesto que hizo, supuse que le dolía la cabeza.

✿✿✿✿✿✿✿

Una enfermera llegó y me realizó miles de cosas de las cuales solo recuerdo que dijo. —Eso es un gran avance.

Sonreí con dificultad y miré cómo la enfermera salía de la habitación.

Aquel hombre sólo me miraba con ternura mientras que yo continuaba por ignorarlo. Llevaba puesto una bata azul la cual le quedaba ajustada.

— ¿Sabes quién soy? —Preguntó preocupado sentándose en una silla de al lado.

Negué con la cabeza lentamente mordiendo mi labio inferior. Su mano debilitó la fuerza que la estrechaba con la mía y miré cómo sus lágrimas caían por sus mejillas.

Lo miré desconcertada y limpié sus lágrimas, no entendía qué pasaba, pero me invadía la sensación de consolarlo.

— ¿Cómo te llamas? —Pregunté intrigada por la reacción que aquel hombre estaba demostrando.

—Dime que no es verdad. —Murmuró dolido.

—No, no sé quién eres. —Tuve pánico y lo único que se ocurrió fue gritar — ¡Doctor! — Grite fuerte.

Un doctor se aproximó y le pidió de favor al desconocido que saliera de la habitación y que se quedara en la sala de espera.

Me senté en la cama confundida esperando recordar lo que había pasado, el doctor me estudiaba con la mirada y yo lo miraba aun desconcertada.

—Doctor, ¿Ese muchacho sabe lo qué pasó?

Él asintió.

— ¿Podría hacerlo pasar? —La curiosidad me invadía.

Minutos después, aquel hombre entró corriendo y besó mis labios con una ternura inexplicable.

Cuando caí en cuenta de lo que estábamos haciendo me separe de él.

Acercó una silla a la camilla y se sentó; luego entrelazó mi mano con la suya.

—Yo sabía que me ibas a recordar, Deb, yo lo sabía. —Dijo lleno de alegría.

Solté su mano y coloqué la mía debajo de la cobija del hospital.

—No te recuerdo, pero sería muy amable de tu parte si me dijeras lo que pasó.

Él suspiró y juntó sus manos.

—Entiendo. —Tomó aire, parecía derrotado. —Íbamos de regreso de la fiesta de James, el sub capitán del equipo de básquetbol.

— ¿Quién es el líder? —Pregunté interrumpiendo su explicación.

—Pues... yo. —Respondió llevando su mano a la nuca.

—Entiendo. —No supe qué más decir.

—Entonces iba a llevarte a casa, pero al cruzar en una curva, un camión cisterna se estrelló en el lado izquierdo del auto, y lamentablemente tú ibas a ese lado, así que te toco todo el golpe. Mi cabeza se golpeó con el volante y quede desmayado; pero cuando desperté te miré y trate como fuera de sacarte de ahí. El auto explotó a los pocos minutos de que logramos salir.

Suspiré y guíe mi mirada hacia una cicatriz que él tenía entre la oreja y la sien derecha.

—No recuerdas nada porque tu cabeza quebró el vidrio del auto.

— ¿Cuánto tiempo tenemos juntos? —No recordaba absolutamente nada entre ese chico y yo.

—Exactamente dos años y seis meses — ¿¡Dios mío hace mucho tiempo!?

— ¿Soy virgen? —Susurre cerca de él de forma tímida.

Él río.

—Claro que sí, pero estas comprometida.

— ¿Ah sí? ¿Desde cuándo?

—Desde hace dos meses.

—Entiendo.

—Vivimos juntos cerca de la playa, nos gusta sentarnos en un quiosco que hice cuando te fuiste a vivir conmigo, en las noches nos gusta escuchar el sonido de las olas.

— ¿Seguro que jamás hemos tenido algún contacto sexual? —Pregunte dudando.

Él volvió a reír y sus mejillas se tornaron rojas.

—En serio, pero hemos estado a punto.

— ¿De verdad? —Pregunté sorprendida.

Él asintió. Sus pómulos estaban enrojecidos y no dejaba de sonreír, era muy guapo.

Duramos mucho tiempo hablando, él tenía mucho que contarme y eso me empezaba a agradar.

— ¿Recuerdas a Natasha? —Un pequeño recuerdo vago llegó a mi mente.

— ¿La porrista? —Pregunté, no estaba muy segura.

—Sí, bueno ella tiene un bebé.

— ¿De verdad?

—Sí, es de Charlie.

— ¿Quién es Charlie?

—Un jugador de básquetbol, está en mi equipo, Deb.

—Lo siento, no lo recuerdo.

—Está bien, cariño, no te preocupes, al parecer con lo que has recordado es un gran avance, espero que te den de alta pronto, ya te extraño, hermosa. —Dijo acariciando mi mejilla y mirándome con aquella ternura tan inmensa.

Me quedé seria y bajé su mano de mi cara.

— ¿Y mis padres?

—Es una larga historia.

— ¿Están muertos? —Pregunté exaltada.

—No amor, pero lo que pasó es que tú te viniste a estudiar aquí en la preparatoria y hubo una especie de pelea con ellos, porque querían que tú fueses a otra ya que te ayudaban a especializarte como psicóloga lo cual era la carrera que tus padres querían que estudiaras.

—Eso a algo torpe. —Suspiré. — ¿Cómo te llamas?

Sus ojos permanecieron en los míos y luego derramó una lágrima. Pude captar el dolor que sus ojos derrochaban. Y al principio, me sentí mal por haberle preguntado eso, pero... Igual no lo conocía y necesitaba saber de él.

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