17. Sueños vívidos
Al día siguiente, después de salir del trabajo, Lilia se encontraba sentada con Luna en la pequeña mesa que servía como comedor en su modesto departamento. La mesa estaba llena de pequeñas figuras de colores hechas con plastilina. Luna reía encantada mientras moldeaba una mariposa con sus manitas, y Lilia sonreía, agradecida por esos breves instantes de paz.
Estaba agotada, pero ver feliz a su hija le devolvía un poco de energía.
De pronto, el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo el momento.
Lilia frunció el ceño, extrañada. No esperaba a nadie, y no era una hora común para visitas.
Se levantó con calma, limpiándose las manos con una servilleta, y se acercó a la puerta. Al abrirla, se encontró con un repartidor uniformado que sostenía una enorme caja decorada con un elegante moño azul claro. El joven le sonrió amablemente.
—¿Señorita Lilia?
—Sí, soy yo —respondió, aún desconcertada.
—Le traigo este paquete —dijo, extendiéndoselo con cuidado.
Lilia lo recibió con cierta duda. Apena