Lilia había terminado de organizar la agenda del día y revisaba los últimos correos cuando Alexander la llamó desde su oficina.
—¿Tienes un minuto?
Ella se levantó de inmediato con su libreta en mano, cruzando la sala con pasos seguros pero el corazón acelerado. Desde que aceptó el puesto de asistente, había intentado mantener la compostura. Aunque estar cerca de él, día tras día, lo hacía más difícil de lo que esperaba.
—¿Ocurre algo? —preguntó, al notar el ceño fruncido de Alexander.
Él se recargó en el borde de su escritorio, sosteniendo la tableta con su agenda. Su tono fue firme pero sereno.
—La reunión con el señor Tadeo Villarreal no era el viernes… era hoy.
Lilia sintió que el estómago se le hundía.
—¿Hoy? No puede ser… yo confirm… —empezó a decir mientras sacaba su celular para revisar sus notas.
Alexander no la interrumpió. Solo la miraba. Ella encontró la entrada en su calendario y sintió que la tierra se le abría bajo los pies.
—Dios mío… copié mal el correo —murmuró, llevándose una mano a la frente.
—Lo solucioné a tiempo —dijo él con voz baja—. Pero si no hubiese estado aquí esta mañana, lo perdíamos. Y ese contrato vale millones.
Lilia cerró los ojos un segundo.
—Lo siento mucho. No tengo excusas.
Alexander observó cómo bajaba la cabeza, visiblemente afectada. Su rostro cansado, su ropa sencilla, el mechón rebelde que se le había escapado del moño… todo en ella despertaba una mezcla extraña de respeto y ternura.
—¿Dormiste bien anoche? —preguntó, con voz más suave.
Ella parpadeó, desconcertada.
—¿Eh? Sí, claro.
—Tienes ojeras… y no tocaste nada del desayuno esta mañana —señaló, levantando el vaso de café casi intacto sobre su escritorio.
Lilia intentó sonreír.
—Estoy bien. Solo fue una noche larga. Luna no quiso dormir temprano.
Pero justo en ese instante, su estómago gruñó… con fuerza.
Lilia se sonrojó violentamente.
—Perdón… no… no desayuné. De verdad, lo siento —balbuceó, abrazando su libreta contra el pecho.
Alexander dejó la tableta sobre el escritorio, caminó hacia la puerta y la abrió.
—Vamos a desayunar algo. Para celebrar tu primer gran error. ¿Qué dices?
Ella levantó la vista, entre avergonzada y sorprendida.
—¿Celebrar?
—Sí. Porque te aseguro que no será el último… pero también te aseguro que mientras trabajes conmigo, vas a aprender a caer con estilo —le dijo con una sonrisa ligera, cargada de algo que no se atrevía a decir en voz alta.
Ella no pudo evitar sonreír, aunque el corazón le latía como un tambor.
—Acepto —dijo finalmente.
Él sostuvo la puerta abierta para ella.
—Perfecto. Pero esta vez, el café no se enfría.
…………………………………………………..
El restaurante cercano a la empresa tenía una atmósfera tranquila a esa hora de la mañana. Alexander había elegido una mesa junto a la ventana, lo suficientemente retirada para tener privacidad sin parecer demasiado íntima.
Lilia aún se sentía un poco nerviosa. Aceptar el desayuno había sido un acto impulsivo, pero agradecía el gesto. Él ya había pedido por ambos, un desayuno simple pero generoso, y ahora compartían un par de tazas de café mientras esperaban.
—A veces me olvido de lo joven que eres —comentó Alexander, observándola por encima de la taza—. Y de todo lo que cargas sobre tus hombros.
Ella sonrió con timidez, removiendo distraídamente el azúcar.
—No soy la única. Hay muchas madres solteras haciendo malabares. Solo intento mantenerme a flote.
—A flote… y sola —añadió él en voz baja, más para sí mismo.
En ese momento, Lilia extendió la mano para alcanzar la mermelada justo cuando Alexander hacía lo mismo. Sus dedos se rozaron. Apenas un toque. Pero fue suficiente.
Ambos se congelaron.
Los ojos de Lilia se alzaron y chocaron con los de él. Durante un segundo, todo pareció detenerse. El aire se volvió más espeso, más íntimo. Las manos no se apartaron de inmediato, como si una parte inconsciente de ambos se negara a romper el contacto.
Estaban demasiado cerca.
Sus respiraciones se cruzaban. La tensión se apoderó del espacio entre ellos, silenciosa y ardiente.
Pero justo entonces, el camarero llegó con los platos.
—Aquí tienen, buen provecho —anunció con una sonrisa amable, dejando los platillos sobre la mesa.
El hechizo se rompió.
Ambos apartaron las manos con rapidez. Lilia bajó la mirada, fingiendo concentrarse en el panecillo. Alexander carraspeó levemente antes de agradecer al camarero.
—Bueno… —dijo él, intentando recuperar la compostura—. Espero que te guste el omelette. Es el favorito de la casa.
—Estoy segura de que sí —murmuró ella, aún sintiendo el cosquilleo en los dedos.
Pero ninguno de los dos volvió a mencionar el roce. Aunque el silencio que siguió no fue incómodo… fue denso, lleno de preguntas que aún no se atrevían a formular.
El desayuno avanzó con calma, aunque la tensión flotaba suavemente entre ambos como una melodía sutil. Alexander comía con elegancia contenida, mientras Lilia hacía lo posible por no mirarlo demasiado.
—Para la reunión del próximo viernes, tendrás que venir conmigo —dijo él de pronto, con tono tranquilo.
Lilia alzó la vista. Era lógico… ahora que sería su asistente, debía acompañarlo. Aun así, algo en la forma en que lo dijo —con esa naturalidad que implicaba cercanía— le revolvió el estómago.
—¿La reunión del viernes? —repitió, tratando de recordar la agenda—. ¿La que será en el Imperial Grand Hotel?
Él asintió.
—Sí. No es solo una reunión. Es más bien una cena de gala entre inversionistas, empresarios… Un evento social, pero con intereses estratégicos.
Lilia sintió que el corazón le daba un vuelco.
Recordaba ese tipo de eventos por lo que había escuchado de otros empleados. Mujeres con vestidos de diseñador, peinados de salón y zapatos que costaban más que su sueldo mensual.
Ella tragó saliva.
—Entiendo… —dijo con calma fingida, pero la inquietud comenzaba a recorrerle el cuerpo como una sombra fría.
Alexander continuó como si no notara nada.
—Será una noche larga. Habrá prensa, socios extranjeros, y quiero que estés allí para apoyarme con algunos detalles. Además, quiero presentarte formalmente como parte de mi equipo.
—Claro… —Lilia bajó la mirada a su taza de café, removiendo con la cucharita sin probarlo—. Solo… necesito revisar algunas cosas.
No tenía qué ponerse. Literalmente.
Su mejor atuendo era un pantalón negro que ya no le quedaba como antes y una blusa blanca demasiado sencilla para un evento así. Comprar un vestido elegante estaba fuera de toda posibilidad. Ahora tenia un mejor sueldo, pero todavía estaba liquidando las deudas previas.
Y aún así, tenía que ir.
No podía darse el lujo de rechazar esa oportunidad ni parecer poco profesional. Tenía que encontrar la manera, aunque eso significara sacrificar algo más. Aunque eso la hiciera sentirse diminuta entre mujeres poderosas y vestidas como reinas.
Alexander la observó un momento en silencio, como si notara la sombra de preocupación cruzar su rostro, pero no dijo nada. Aún.
—¿Algo más que deba saber sobre la reunión? —preguntó ella, recomponiéndose y forzando una sonrisa.
—Solo se tu misma—añadió él con una media sonrisa, tomando un sorbo de café—.
Ella asintió, sin saber si sentirse halagada o más nerviosa que nunca. Ser ella misma no le resolvía el problema de que ponerse para esa noche.