QUINTUS DECIMUS

Occia cruzó el corredor principal del templo y se dirigió hacia la sala del Pontifex Maximus. Había sido convocada esa mañana, sin explicaciones ni protocolo. No era extraño. En tiempos de tensión, el silencio solía ser la primera medida de precaución.

La Guardia custodiaba el acceso con la misma rigidez de siempre, pero había un peso en el aire. Uno que Occia reconocía de épocas anteriores, cuando el equilibrio entre poder civil, tradición religiosa y autoridad militar pendía de un hilo más fino de lo que a muchos les gustaba admitir.

La puerta se abrió sin anuncio. El Pontifex estaba de pie, frente a una de las altas ventanas del salón, con las manos cruzadas a la espalda. No llevaba los atuendos ceremoniales, solo una túnica blanca de lino impecable.

El gesto sobrio, el rostro alerta.

—Gracias por venir tan pronto —dijo, sin girarse—. Sabía que entenderías la urgencia.

Occia no respondió de inmediato.

Caminó hasta quedar a unos pasos detrás de él.

—La entiendo —dijo por fin—. Y t
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