Di dos torpes y pequeños pasos atrás cuando la línea de carmesí de sangre alcanzó mis sandalías. En el piso de ese estudio, John permanecía inconsciente en el piso, entre muebles cubiertos por plástico y con la cara hecha un amasijo de sangre y golpes que parecían graves.
Quería pensar que vivía, que mi irreverente marido no lo había matado...
—Hannah...
Alcé la vista de John con un sobresalto y miré a Adam, de pie al lado del cuerpo y con la vista fija en mí. En algún momento, me había distanciado.
—¿Vas a explicarme qué fue todo eso? —inquirió mi marido con una inquietante diplomacia, mientras se sacudía los nudillos ensangrentados y se recogía las mangas de la camisa hasta los codos.
—¿El... beso? —la voz me tembló—. Lo hice para evitar que se fuera, no fue real...
Él negó antes de que yo acabara de hablar.
—No hablo de eso, entiendo tu razón para hacerlo y no estoy molesto por ello —miré sus nudillos lastimados y tragué saliva, con una sensación de inquietud extendiendose por mis