—¿Disfrutas que los celos me quemen por tu culpa? —inquirí entre besos, apoyando la espalda en la puerta de la habitación que Adam había pedido.
En lugar de esperar a llegar a casa y poner a nuestro bebé a dormir, habíamos optado por escapar un momento de la fiesta y calmar nuestras ansias en ese mismo hotel. Sabía que Juliane estaría cuidando bien de mi hijo; la había llamado para comprobarlo.
—Que me celes es una forma atrevida de decir que me amas, Hannah. —La respuesta de mi esposo vino acompañada de un beso profundo.
Nos reímos cuando cruzamos torpemente la puerta, al interior oscuro. Sin dejar de besarnos, sorteamos los muebles hasta alcanzar la cama.
Solté un jadeo cuando me hizo caer en las sábanas, y desde allí lo miré desvestirse en la oscuridad, a los pies de la cama y con su excitada mirada clavada en la mía. Me sentí volver al comienzo, a cuando dormimos juntos por primera vez en Montreal, creyendo que sería solo una noche y que nunca más volvería a ver a ese apuesto desc