Esa noche, Amelia se preparó para dormir con su pequeña Lily, quien no podía descansar debido a las pesadillas que la asaltaban. A pesar de que Amelia intentó calmarla, Lily insistió en que le daba mucho miedo estar sola en su habitación.
—Está bien, princesa. Todo estará bien —emitió Amelia con dulzura, mientras la pequeña le sonreía con gratitud—. Todo estará bien.
En cuestión de segundos, la pequeña se había quedado completamente dormida. A diferencia de ella, Amelia daba vueltas en la cama, buscando la manera de conciliar el sueño, pero la ansiedad era implacable. Finalmente, como si fuera un milagro, durante la madrugada avanzada, logró caer en un sueño ligeramente profundo.
No pasó mucho tiempo antes de que Amelia tuviera que hablar con sus trillizos sobre su inminente mudanza a Estados Unidos. Los niños estaban encantados por conocer otro país, pero Máximo, el más sensible de los tres, se sinceró con su madre.
—Mamá, voy a echar de menos a mis amiguitos del jardín —dijo