Esa mañana, que no era precisamente agradable, Amelia recibió una orden de Marcus para que se presentara en su oficina. Sin perder demasiado tiempo, tomó el desayuno en el comedor y se dirigió hacia allí, sintiéndose ansiosa, ya que no tenía idea del motivo por el que ese hombre la estaba convocando. Al entrar a la oficina, su rostro aún reflejaba confusión.
Marcus, por su parte, se levantó con tranquilidad de su silla giratoria y la miró con una intensidad en sus ojos que la atravesaba como un puñal. Se sintió pequeña frente a él; en algún momento, había podido experimentar una sensación de protección, pero ahora solo lo veía como un mentiroso.
—¿Cuál es la razón por la que me has llamado? —preguntó, curiosa.
—Deberías estar agradecida, Amelia. Aún sigo siendo considerado contigo y pienso en lo mejor para ti.
—¿Hice algo malo? Desde que regresamos, he estado obedeciendo cada una de tus demandas. Así que no entiendo por qué pareces estar regañándome como si hubiera hecho algo incorrec