Nicolás llegó a la habitación de Alicia con un humor sombrío, tenía el ceño fruncido y los hombros tensos.
—Nicolás, ¿qué pasa? —preguntó Alicia, notando esto al instante.
Él la ignoró.
Se sentó en la silla junto a la cama, sin deseos de fingir que todo estaba bien. Lo habían engañado y la rabia lo estaba superando.
—Nicolás, por favor. Dime qué te ocurre. Me preocupas —insistió ella, removiéndose inquieta en la cama. Quería acercarse, tocarlo, consolarlo.
—No es nada.
—Por favor, es evidente que algo te sucede. Tú no eres así…
—¿Así? ¿Así cómo?
—Así tan frío. Al menos no conmigo.
—Déjalo ya, no quiero hablar de eso —el enojo del hombre regresó con mayor fuerza, al revivir en su mente la imagen de Regina bajándose de aquel auto de último modelo.
¿Quién sería el imbécil?, se preguntó.
—Pero, por favor, dime que…
—¡Regina me ha estado pegando el cuerno! —explotó, luego de tanta insistencia.
—¿Qué? Pero… ¿con quién? —preguntó la mujer mostrándose sorprendida y perturbada con la idea, per