El abogado de Regina regresó a la oficina de Nicolás con el mismo sobre de divorcio en la mano y apenas había cruzado el umbral de la oficina cuando Nicolás, con los ojos inyectados en sangre, se levantó de su silla como una fiera al acecho.
—¿Otra vez tú? —espetó con un gruñido.
Y antes de que el abogado pudiera responder, se abalanzó sobre él, agarrándolo por el cuello de la camisa con una fuerza que lo hizo tambalearse en su lugar.
—Escúchame bien —advirtió enfurecido, mientras el abogado jadeaba con los ojos muy abiertos debido al miedo que comenzaba a sentir—. Si Regina va a continuar con semejante estupidez, si va a insistir con este divorcio y con su desprecio, no voy a responder por mis actos. ¡Así que no me provoque!
—Señor Davies, por favor, cálmese. Yo... yo solo cumplo órdenes de mi cliente. No es nada personal. Por favor, suélteme —intentó soltarse con manos temblorosas.
Pero a Nicolás no le importaban sus excusas. Necesitaba pagar esta rabia con alguien. Soltó al abogado