Estoy bien...y otras mentiras
Estoy bien...y otras mentiras
Por: Mir Esteba
Prólogo

Estoy bien

debe ser la mentira más repetida de todos los tiempos. La decimos una y otra vez cuando nos preguntan. Da igual el hecho: una humillación pública, que nos hayan roto el corazón en mil pedazos o simplemente un resbalón en el que nos hemos dejado la rabadilla clavada en el suelo y no podemos ni levantarnos. A la pregunta «¿Cómo estás?» siempre contestamos:

Estoy bien.

        Lo decimos continuamente. Es una frase corta, agradable, que nos permite pasar al siguiente punto de la conversación sin dar demasiada importancia a lo sucedido, sin hurgar en las heridas. El problema es cuando no es cierto. El problema es fingir que todo está bien cuando no lo está. Cuando lo hacemos, negamos nuestras emociones y experiencias. A veces lo decimos sin pensar demasiado, porque la sociedad impone, de alguna manera, fingir una actitud positiva.

        Otra causa por la que lo hacemos es el autoengaño. Si decimos que todo está bien a las personas de nuestro alrededor y lo repetimos una y otra vez, al final será cierto. Si reconocemos los problemas delante de los demás, nos obligamos a afrontarlos, a aceptar que nuestras vidas no son tan perfectas como queremos mostrar al mundo.

        Negamos nuestros sentimientos y problemas porque son demasiado abrumadores, no sabemos cómo gestionarlos e intentamos ignorarlos, con la secreta esperanza de que desaparezcan como por arte de magia.

        Puede ser que lo único que intentemos sea protegernos de sentimientos dolorosos. Si nuestro problema es grande, intentamos hablar de ello lo menos posible para evitarnos el sufrimiento propio.

        En resumen: decir

Estoy bien

= Autoengaño.

        Aunque no sea exclusivo del género femenino, creo que nos llevamos la palma. Gracias a esta sociedad, donde el sexo femenino es considerado el sexo débil y las mujeres tienden a esconder su lado más emocional para competir de tú a tú como hombres, no podemos mostrar debilidad. No nos permitimos el dolor, ni el duelo, ni ninguna emoción que nos haga sentir vulnerables.

        Puede ser por roles adquiridos. Si venimos de una familia donde las emociones no se expresaban, de una donde todo se obtenía con esfuerzo y dificultad, o, como entendería con años de terapia, de cualquier patrón insano donde no nos dejaban mostrar nuestros sentimientos.

        Puede ser por herencia de constelaciones familiares, donde siempre la mujer ha tenido un rol fuerte y tú tienes que ser igual que tus antepasadas. No puedes ser el eslabón débil en esa cadena, porque, aparte del color de ojos, el de pelo y los rasgos de personalidad, heredamos también miedos adquiridos por generaciones, que pasan de una a otra como una losa.

        Nos convertimos en adultos funcionales, incapaces de mostrar emociones. Y nuestra respuesta ante cualquier situación es:

Estoy bien. Simplemente para no dar pie a pensar, a preguntar.

Estoy bien

es una respuesta defensiva, un intento de que no se indague más en la verdad.

        ¿Pero y si no lo estás? ¿Y si es tu fachada de cara a la galería, mientras tu interior se está cayendo a pedacitos como un espejo roto?

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