—He venido porque tenemos que hablar.
—¿Por qué no has avisado?
—Te lo dijo mi secretaria en la última llamada. —Aquí el problema de no escuchar las llamadas de su secretaria: me perdía detalles como ese.
—De acuerdo, habla.
—Mira, Becca, esto no funciona. Quiero que estemos separados.
—¿Más separados? ¿Te vas a mudar a Marte? —Aquí tenía que apuntar que nosotras vivíamos en Barcelona y él en cualquier otro punto del planeta.
—Es interesante que toques ese tema. El de mudarte. Necesito este piso en treinta días. Tenéis que iros.
—¿Qué? ¿Nos tenemos que ir? ¡Ella es tu hija!
—Bueno, sí, pero no pienso seguir pagando una vida de lujo. Tienes treinta días para dejar este piso.
—Te voy a denunciar.
—De acuerdo, pero tú no vas a poder optar a más que un abogado de oficio que tendrá que litigar contra todos mis abogados. Si te portas bien, y las pruebas de paternidad salen favorables, tendrás una asignación para la niña.
—¿Qué? —Cogí amorosamente a mi hija como si no pasara nada y la llevé hacia su cuarto. Ajusté la puerta y volví como una furia al comedor—. ¿Pero qué cojones te piensas? ¿Prueba de paternidad?
—Bueno, podría ser mía… o de un masajista balinés o de un recepcionista de Ghana. Estabas mucho tiempo sola.
—¿Perdona? ¿Te has molestado en mirar a tu hija? Es un poco clara para ser de un recepcionista de Ghana.
—La niña no se parece a mí.
—¡Gracias a Dios! Así va a ser guapa.
—No estoy para escenitas. Te he mantenido más tiempo del necesario. Llevas desde que te mudaste a Barcelona sin acometer tus trabajos asignados. Es un despido.
—¿Qué trabajos asignados, mamón? ¡Era tu pareja! ¿Nos despides a mí y a tu hija?
—No estás realizando tus tareas asignadas.
—Tampoco estoy recibiendo mi sueldo por ser tu asistente. Solo la asignación que tú creíste conveniente para nosotras.
—Llevas demasiado tiempo aquí, a cuerpo de rey.
—Esto es impresionante. ¡Tú lo que querías era una puta! Que trabajara como una esclava y que te la follaras cuando te viniera en gana. Esas eran mis funciones, ¿no?
—Te pagaba como si fueras una de lujo. Pero te has visto: estás desastrosa, vieja, dejada... Mírate con esas pintas. No podría ni sacarte a la esquina. ¡Qué vergüenza! Aparte, ya hace tiempo que estoy con otra que cumple con creces todas tus funciones. —¿Pero quién era él para meterse con mi aspecto? ¿Se había visto? Medía metro y medio y le clareaba el cartón. ¿Quién se creía, Brad Pitt? Qué suerte que mi autoestima nunca dependió de la boca de los otros.
—¡Seguro! Espero que tenga formación extra para aguantar las arcadas.
—Mira, quería que acabáramos bien, por si acaso la mocosa esa resulta ser hija mía. Pero si no te vas de aquí, llamaré a la policía y diré que has ocupado mi casa.
—Buena suerte. Llevo tres años aquí, y conozco a los vecinos. No creo que te sirviera de nada.
—Me estás retando. ¿Tú quién te crees que eres? —Estaba fuera de sí. Sabía su
modus operandien estos casos y, de un momento a otro, se pondría violento—. O sacas tus mierdas de mi casa, o las voy a comenzar a tirar por la ventana. —Se puso a coger adornos de las estanterías y a estamparlos contra el suelo.
—¡Para, para! —Siguió paseándose por la sala y lanzando cosas—. ¡Que pares! ¡Vas a asustar a tu hija! —Estaba fuera de sí. Me acerqué para que parara. Gran error. Aunque era más bajito que yo, su estado de furia le sirvió para empujarme hacia atrás. Tropecé con algo que había tirado y acabé en el suelo. En ese momento, empujó la tele de 50 pulgadas, y se precipitó directamente hacia mí. No sé cómo lo hice para dar un salto y evitar que la gran pantalla me cayera encima.
—¡MAMAAAAAA! —En la puerta estaba mi niña, llorando con la cara desencajada y pidiéndome con sus manitas que la tomara en brazos. Fui corriendo a consolarla.
—Haré lo que quieras. Déjame unos días y nos iremos.
—Tienes una semana.
Tuve una semana para abandonarlo todo, coger a mi hija y comenzar una nueva vida. El muy subnormal nos dejó claro, en un burofax redactado por uno de sus abogados, que solo podíamos llevarnos objetos personales. Entre ellos incluía ropa y enseres, los juguetes de mi hija y los aparatos electrónicos de uso personal. Y que, como el Sr. Capullo era muy benevolente,
no nos iba a cobrarlos destrozos ocasionados en su domicilio. O sea, los destrozos que había ocasionado él, claro. También especificaba que, antes de dejar el domicilio, un responsable de su confianza revisaría que lo dejábamos en óptimas condiciones y que no nos llevábamos nada que no nos perteneciera.