Mi hija lleva obsesionada con las luces de Navidad desde que las colocaron. Y en una ciudad como en la que vivo, eso ocurre varios meses antes de las fiestas. Supongo que es para fomentar el espíritu navideño, que en otras palabras es puro consumismo, pero a mí nunca me han gustado estas fechas.
Pero mi hija va loca por ver luces. ¿De dónde ha salido? Si yo, su madre, estoy lo más cerca que se puede estar de ser el Grinch. Pero tanto era su insistencia que decidí llevarla a ver el ambiente navideño. En la ciudad montan la feria de Santa Llúcia el fin de semana del 13 de diciembre. Me acuerdo de haber paseado allí con mi abuela. La hacen al pie de la catedral de Barcelona y ponen muchos puestos donde se pueden comprar todo tipo de cosas: árboles, decoración, belenes, el "tió" —que es algo típico de Cataluña—. Todo está decorado, y cuando cae la noche, se junta eso con las luces de la ciudad y se vuelve mágico. Eso dicen. Para el Grinch, nada navideño lo es. Pero ¿qué no hace una madre