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Pero no lo suficiente escarmentada, tuve una décima cita.

Y en esta ocasión voy a explayarme más, porque el elemento que me encontré es digno de mención.

Normalmente, y después de algunas experiencias desagradables, suelo quedar solo para tomar un café. En una cafetería pública, bien transitada. Pero este insistió en que, por horarios, solo podía quedar para cenar.

El contacto por el chat era agradable y aparentaba normalidad, así que acepté.

Aquí, el error.

Quedamos en un restaurante bastante caro, que conocía de haber frecuentado en aquella vida anterior… donde tenía dinero. Me lo pensé dos veces, y entré. Pensé: “en un sitio tan de postín como este no me puede pasar nada”.

Otro error. Y es que gilipollas hay en todas las clases sociales.

Cuando llegué —puntual— él ya estaba sentado a la mesa.

No estaba mal a primera vista. Un chico elegante, pulcro… incluso bastante atractivo. Pensé: “este sí que va a ser el elegido”.

Seguía equivocándome.

Al acercarme con una sonrisa, él solo me m
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