87. Lo primero es no desmayarse
El auto de Anastasya se detuvo frente a una tienda de pasteles porque Rashel tenía antojos.
Rashel abrió la puerta con una sonrisa tranquila, acariciándose el vientre.
Habían comprado ropa de bebé, mantitas suaves, un pequeño gorro que ella amó tanto que casi lloró.
—Gracias por detenerte, realmente necesito un bocado de brownies —dijo con una sonrisa para su cuñada.
—No hay problema, sabes que complaceré todos los caprichos de mi sobrino, incluso desde la panza —Anastasya sonrió con esa elegancia peligrosa que la caracterizaba.
Rashel dio dos pasos hacia la entrada pero sabía que había algo mal por la tensión de Anastasya.
Una sombra se deslizó entre dos autos estacionados.
En un movimiento tan rápido que Rashel apenas lo vio, Anastasya giró sobre sus tacones, deslizándose como si flotara sobre el suelo y sacó una pistola compacta de su abrigo.
El cañón chocó contra la sien del hombre con un clic seco, elegante.
No hubo gritos.
El civil no parecía asustado.
Solo expectante.
Demasiado