66. Nieve
La carretera hacia Sochi serpenteaba como una cinta oscura entre montañas cubiertas de pinos. El aire era frío, limpio, con ese aroma a nieve que anuncia el cambio de estación. Rashel miraba por la ventanilla, las luces lejanas de los pueblos se apagaban detrás de ellos, y la noche parecía tragarse todo lo que dejaban atrás.
Valerik conducía con una serenidad que contrastaba con el rugido grave del motor. Su perfil estaba recortado por las luces del tablero, la mandíbula firme, los ojos clavados en el horizonte. No había música, solo el ronroneo del auto y el silencio cargado entre ellos.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella al fin en voz baja, sin apartar la vista del cristal empañado.
Él ladeó una sonrisa apenas perceptible.
—A donde nadie te moleste. Donde puedas respirar.
Rashel lo observó en silencio.
El viaje continuó durante horas.
El paisaje cambió, los árboles se hicieron más espesos, las montañas más altas. Cuando cruzaron un túnel iluminado por luces amarillas, la carretera