23. ¿Y tú eres mío?
—Nunca había visto a una diosa freír tocino.
—Y esas serían tus últimas palabras si el Don te escuchara —añadió el otro.
Polina les dio una sonrisa divertida.
—¿Te ayudo en algo, Polly?
—En no estorbarme, siéntate.
—Que dulces estás en las mañanas.
—Y aún así siguen rodeándome, ¿No tiene nada que hacer? ¿Algo como matar gente?
La risita de unos se escuchó en la cocina.
—Es muy temprano para eso.
—Que holgazanes, no creo que el Don esté feliz con eso —señaló con una sonrisa traviesa.
—Pero seguro tú lo harás muy feliz.
—No te voy a salvar el trasero, Bren.
—Eres mala
—A veces.
—¿Y esta fiesta? No me digas que estás coqueteando con los hombres de Marco, niña.
Ella le dio una mirada al mafioso que acababa de aparecer.
Damiano tenía el poder de un caballero mafioso envejecido y aunque su humor era parecido al de ella, siempre estaba sonriendo burlonamente.
—Yo no coqueteo, solo aparezco y todos están suspirando por mí.
Ella le guiñó un ojo y el hombre soltó una carcajada sentándose en el