Mientras una mano paseaba por la cintura, la otra tiraba del cabello de Maia, levemente, sin dejar que ella se alejara ni un milímetro para respirar. Aquello estaba mejor que la primera vez que se atrevió a besarla y no quería que terminara nunca.
Maia, por su parte, se sentía acorralada en una trampa, y por más que aquello estuviera bueno —pues no podía negar que estaba gustando—, sabía que era peligroso.
No había motivos para que Théo la besara, a no ser para masajear su propio ego y eso ella no se lo permitiría de ningún modo. Con el resto de fuerza y lucidez que cargaba en su consciente, empujó a Théo lejos.
Él hizo una cara extraña, como si hubiese sido obligado a despertar de un sueño maravilloso.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó nerviosa.
Él la miró con una expresión furiosa. Odiaba haber sido alejado de algo que estaba disfrutando mucho.
—Te estoy besando, ¿no lo ves? —Habló aún inmóvil, pues no estaba preparado para salir del trance.
—¿Te volviste loco? ¿Crees que pu