Cuando Leslie finalmente salió del lugar y se dirigió a su auto, el mundo parecía girar más rápido de lo que podía soportar.
La adrenalina y el miedo se mezclaban en su pecho, provocándole un nudo en la garganta y un temblor que le recorría cada extremidad.
Condujo sin rumbo fijo, el motor rugiendo mientras la carretera se extendía ante ella como una vía interminable hacia un destino incierto. Las luces de los postes parpadeaban como sombras que la miraban, recordándole cada acción que había tomado y cada consecuencia que estaba a punto de enfrentar.
En un momento, ya incapaz de sostener su angustia, detuvo el auto en un pequeño claro al costado de la carretera.
Se bajó de golpe, sintiendo el frío de la noche, atravesar su ropa, y se dejó caer sobre la hierba húmeda.
No tardó en vomitar, un acto reflejo que purgaba, aunque mínimamente, la sensación de asco hacia sí misma y hacia todo lo que había hecho. Sus manos temblaban, sus rodillas estaban húmedas y su corazón latía desbocado, com