Cuando Travis llegó a la casa, Leslie lo recibió como si fuera el altar de su vida: corrió hacia él, lo abrazó con fuerza y buscó en sus ojos la confirmación que necesitaba.
—Amor, ¿qué ha pasado? ¿La convenciste? —preguntó, la voz cargada de esperanza y un filo de impaciencia.
Travis dejó caer los hombros y exhaló un suspiro largo, como si aquel aire arrastrara todo su orgullo. Negó con la cabeza.
—No. —dijo, la palabra sonó fría—. Sídney se niega. No quiere tener otro hijo. Le ofrecí dinero, seguridad… incluso la mitad de la herencia. Quiere que me divorcie de ti y me case con ella de nuevo; solo así aceptaría tener el hijo que necesita para el trámite.
Leslie abrió la boca, incrédula, y luego su rostro se transformó en rabia contenida.
—¿Qué? —gritó, y por un instante la casa entera pareció temblar por la violencia de su respuesta—. ¡Esa mujer es insoportable, injusta!
Fingió llorar, se pegó a Travis como una niña que necesita protección, y en ese abrazo buscó hacer renacer su manip