Liam recibió la llamada de Andrew a mitad de la tarde, justo cuando intentaba concentrarse en unos documentos que no lograban retener su atención. Conocía a su mejor amigo desde hacía años; habían atravesado juntos pérdidas, negocios fallidos, traiciones, rupturas… pero jamás, nunca, lo había escuchado así. Su voz no era la de un hombre triste, ni siquiera la de alguien enojado. Era la voz rota de alguien que acababa de perder una parte de sí mismo de una forma brutal.
Cuando la llamada se cortó, Liam sintió ese tipo de urgencia que no se ignora. Tomó las llaves, le avisó a Amara que volvería tarde y salió de casa sin pensarlo dos veces.
En la habitación, Amara quedó de pie, mirándolo marcharse. Aún tenía la mente dando vueltas. Hacía apenas unos minutos había firmado la cesión completa de la empresa que sus abuelos le dejaron… se la dio a Liam con la certeza absoluta de que él jamás usaría ese poder para lastimarla.
Nunca creyó que podría amar así; sin miedo, sin reservas. Se recostó