—Stelle, ¿de qué hablas? —Andrew frunció el ceño, incrédulo, casi ofendido por la sola insinuación.
Ella tragó saliva, sus manos temblaban, pero sus ojos se mantuvieron firmes. No podía dar marcha atrás.
—Beatriz… —respiró hondo— ella te está engañando.
Las palabras cayeron entre ellos como un jarro de agua helada. Andrew se quedó inmóvil, como si no pudiera comprender lo que acababa de escuchar.
Luego, su reacción fue explosiva.
—¡Stelle! ¿Cómo te atreves a decir algo así? —rugió, indignado— ¡He sido bueno contigo! ¡Te he protegido desde niña! ¡Pero no toleraré que inventes calumnias contra la mujer con la que voy a casarme!
Stelle bajó la mirada; aun así, no retrocedió.
—No estoy inventando nada —susurró.
Tomó su teléfono y, aunque le dolía verlo sufrir, abrió el video que había grabado. Sus dedos se movieron con lentitud, como si cada gesto pesara toneladas. Luego extendió el teléfono hacia Andrew.
Él lo tomó con brusquedad, dispuesto a desmentirla, a gritar, a decir que era un male