—¡Mocoso! —gritó con voz cargada de rabia y desesperación—. ¡Habla! ¿Quién es tu madre? ¡Es ella! —dijo, mostrando el teléfono con firmeza y una chispa de furia en sus ojos.
El niño, pequeño e indefenso, le enseñó la lengua con descaro infantil, como si entendiera que la provocación era la única defensa que tenía.
La mujer alzó la mano, amenazante, y en ese instante Liam comenzó a llorar aún más fuerte, sus sollozos llenando la habitación de un eco angustioso que partía el corazón de Leslie.
La puerta se abrió de golpe, y una mujer entró, impaciente y desafiante.
—¡¿Qué hace aquí, señora?! —exclamó Leslie, su voz temblando entre la ira y el miedo—. ¡Salga ahora mismo!
—¡No saben quién soy! —replicó la intrusa con voz autoritaria, desafiante—. ¡No pueden echarme de aquí!
La enfermera, que hasta entonces había permanecido en silencio, sintió una rabia tan intensa que le erizó la piel.
Sin pensarlo dos veces, se acercó, tomó a la mujer del brazo y la empujó hacia el pasillo con una fuerza