Amara despertó sobresaltada, como si alguien la hubiera arrancado de un sueño demasiado dulce para ser real.
Estiró la mano hacia el otro lado de la cama… y encontró solo el frío de las sábanas. Liam no estaba. Su pecho se apretó de inmediato; un miedo irracional, casi infantil, le subió por la garganta.
¿La había dejado?
¿Se había arrepentido? ¿Había sido todo un espejismo?
Se levantó de golpe, descalza, caminando por la habitación como si pudiera encontrarlo escondido detrás de un mueble.
Entonces lo vio: una nota, cuidadosamente doblada, sobre la mesita.
Sus dedos temblaban al abrirla.
“Mañana por la noche iré por ti. Siete en punto. Por favor, luce preciosa. Tengo una gran sorpresa. Vístete de gala; iremos a un lugar perfecto.”
El corazón de Amara dio un salto que casi le dolió. Las palabras se quedaron grabadas en su mente como un eco cálido. Sonrió. Una sonrisa genuina, de esas que hacía años no le nacían sin esfuerzo.
—Liam… —susurró al aire, acariciando la nota—. ¿Aún puedo soñ