Al día siguiente.
Amara despertó con una emoción que casi la hizo olvidar respirar. Rara vez se sentía así: ligera, femenina, llena de esperanza.
Pasó gran parte de la mañana arreglando el departamento, como si la armonía del lugar pudiera ayudarla a calmar el corazón. Pero nada la tranquilizaba.
A las cinco, abrió el armario y eligió un vestido que tenía guardado desde hacía meses. Era nuevo, aun con la etiqueta, un tono brillante que resaltaba su piel.
Lo sostuvo contra su cuerpo y sonrió.
“Esta vez, no lo arruinaré, pensó.”
Pasó casi dos horas arreglándose, cuidando cada detalle, cada rizo de su cabello.
Cuando estuvo lista, observó el reloj: faltaban diez minutos para las siete. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera escapar.
Entonces, escuchó la puerta.
No pensó, simplemente corrió.
La necesidad de ver a Liam era tan fuerte que casi tropezó con sus propios pasos. Giró la perilla con una sonrisa impaciente… pero su rostro se congeló.
—¿Tú? —susurró, retrocediendo un paso—