Travis irrumpió en la habitación con una furia desbordada. Su respiración era áspera, sus ojos, dos pozos de fuego. No pensó, no razonó, solo vio a Donato recostado en la camilla, vivo, respirando, con esa mirada que lo había engañado durante años.
—¡Tú… maldito! —rugió.
Su puño se estrelló contra la mandíbula del hombre con una fuerza brutal. El golpe resonó como un trueno.
Donato giró el rostro, un hilo de sangre corrió por su boca y de inmediato su abdomen comenzó a teñirse de rojo.
Los puntos del reciente procedimiento se abrieron, la herida exhaló un líquido oscuro y caliente.
—¡Travis, no! —gritó Leslie, desesperada.
El hombre se giró con el rostro desencajado.
La vio allí, temblando, llorando, y en ese instante toda la rabia acumulada estalló. La tomó del cuello con las dos manos, apretando con una fuerza ciega.
Leslie intentó hablar, pero solo emitió un gemido ahogado, las lágrimas rodando por su rostro.
—¡Tú… me destruiste! —escupió él entre dientes.
Barry intervino de inmedia