Sin embargo, cuando dio un paso hacia atrás para alejarse sin llamar la atención, su codo rozó el borde de una mesa estrecha.
Un florero de cristal, alto y delicado, perdió el equilibrio.
El sonido fue brutal.
El estallido del vidrio rompiéndose contra el piso retumbó como un trueno en medio del bar.
El corazón de Stelle se detuvo.
Beatriz y su amante se separaron de golpe, asustados, respirando, entrecortado, con los labios aún húmedos del beso prohibido.
—¡Alguien nos vio! —jadeó el hombre, mirando en todas direcciones.
Beatriz palideció al instante, los ojos desorbitados.
—¡Detén a esa mujer, ella nos vio! —gritó, señalando la sombra donde Stelle había estado segundos antes.
Stelle sintió un miedo visceral.
Un terror helado que le recorrió la columna como un latigazo.
No podía dejar que la atraparan. No podía arriesgarse a que le arrebataran el video. No después de lo que había visto.
Sin pensar, corrió.
Corrió con toda la fuerza que su cuerpo tembloroso pudo reunir.
Escuchó pasos