La puerta del hospital se abrió de golpe, chocando con la pared con un estruendo que hizo eco en la habitación.
El corazón de Sídney dio un brinco.
Apenas tuvo tiempo de apartarse del pecho desnudo de Travis cuando la vio entrar.
Leslie estaba allí, en el umbral, los ojos desorbitados y la respiración agitada, como si hubiese corrido una maratón de celos y furia.
—¡¿Qué significa esto?! —gritó con voz temblorosa, al borde del llanto o de la locura.
El beso se rompió en un instante, tan rápido como había comenzado.
El silencio fue tan denso que hasta el tic-tac del reloj pareció detenerse.
Travis parpadeó, confuso, como si no supiera cómo explicar lo que ni él mismo comprendía.
Sídney dio un paso atrás, la respiración entrecortada, los labios todavía ardiendo.
—Si quieres culpar a alguien, culpa a tu amado esposo —dijo con voz firme, aunque el temblor de sus manos la traicionaba—. Fue él quien me besó. ¿O lo vas a negar, Travis?
El hombre bajó la mirada. El peso de la culpa cayó sobre