Matías despertó en la mañana, solo en esa cama.
Se dio cuenta de que Fernanda no estaba a su lado. Se levantó rápidamente, buscando su rastro por toda la casa. Nada. Llamó su teléfono, pero ella no respondió.
Un mensaje apareció en la pantalla:
«¿Qué quieres?»
Le envió otro:
«¿Dónde estás?»
«No eres mi dueño, puedo ir donde quiera. ¿Tienes miedo de que haya ido a ver a mi amante?»
Esa respuesta lo enloqueció. Sintió cómo la rabia crecía dentro de él, y entonces, en medio de la confusión y la ira, le vino una idea.
Sonrió, estuvo seguro de donde estaba, y comenzó a prepararse para ir tras ella.
***
En el hospital, Fernanda se encontraba junto a su padre, que estaba dormido después de la última quimioterapia. Le dolía verlo tan frágil, tan vulnerable.
—No me mires así, hija —dijo su padre con una sonrisa débil—. Estoy bien. El cáncer hizo metástasis, pero el doctor dice que estoy mejorando. No voy a perder esta batalla.
Fernanda se contuvo, y aunque quería llorar, le sonrió, intentando n