Roma Valenti rogó por cuatro años a su exmarido para que amara y cuidara al hijo de ambos, pero él simplemente lo ignoró. Cuando su hijo está por morir, ella suplica a su exesposo que venga a despedirse de él, pero cuando ese hombre no aparece y su hijo muere en sus brazos, decide que solo quiera una cosa en la vida: venganza. Con el corazón destrozado, Roma Valenti decide destruir a su exmarido, y para hacerlo, debe convertirse en alguien poderosa, y solo lo logrará siendo la esposa del temible Giancarlo Savelli, el peor enemigo de su ex, sin saber que ese hombre lleva mucho tiempo deseándola, y por tenerla en sus brazos es capaz de lo que sea. Roma no imagina que la venganza que ha jurado ejecutar la llevará por un camino peligroso, lleno de secretos, deseos y emociones intensas. ¿Podrá realmente cumplir su propósito sin perderse en la oscuridad de la venganza, o terminará atrapada en una red de pasiones que jamás imaginó?
Leer másEn la universidadHumberto llegó muy temprano a la universidad. Su mirada ansiosa recorría los pasillos, buscando a Tory. Pero cuando encontró a Brianna, la tomó de la mano y juntos fueron hasta la cafetería.—Mi amor, ¿conseguiste el dinero? —preguntó Brianna, entrelazando sus dedos con los de él.Humberto bajó la mirada, negando con pesar.—Lo siento, Brianna, no lo conseguí.Ella se quedó perpleja, soltó sus manos como si hubiera recibido un golpe.—Pero…Humberto le sostuvo la mirada con firmeza.—Brianna, escúchame bien. Me casaré con Victoria.Brianna se apartó de golpe, como si las palabras la hubieran quemado. Sus labios temblaban, pero antes de que pudiera hablar, él continuó.—Lo haré solo por dinero. En cuanto lo tenga, la dejaré… para estar contigo.Los ojos de Brianna se iluminaron con un brillo mezquino.—Pero falta mucho…—No te preocupes. Confía en mí, pronto tendremos el dinero suficiente para que vivas como una reina.Ella sonrió satisfecha, acariciando la mejilla de
Mateo estaba desesperado. La angustia lo devoraba mientras caminaba de un lado a otro en el pasillo del hospital. Cada minuto que pasaba se sentía eterno, como si el tiempo se burlara de él, prolongando su sufrimiento. Su esposa llevaba siete días sumida en la inconsciencia, y aunque los médicos le habían dicho que solo quedaba esperar, la incertidumbre lo estaba matando.Entonces, el doctor apareció.Mateo se lanzó hacia él, con el corazón al borde de estallar.—¿Cómo está mi esposa? —preguntó con la voz temblorosa.El doctor le dirigió una mirada firme, pero había un brillo de esperanza en sus ojos.—Está despierta.Mateo sintió que el aire regresaba a sus pulmones.—Todavía no podemos retirarle el respirador artificial. Lo haremos mañana si todo sigue estable. Pero que haya despertado es un excelente signo. Nos indica que hay altas probabilidades de que las secuelas sean mínimas.El alivio golpeó a Mateo con la fuerza de una ola. Cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas.—
—¡Tranquila, Beth, vas a estar bien!El sonido de las máquinas resonaba en la habitación, acompañando la respiración errática de Beth a través del tubo.Sus ojos estaban abiertos, pero su mente aún flotaba en un limbo entre la conciencia y la confusión.Su pecho subía y bajaba con dificultad mientras su mirada temblorosa saltaba de un punto a otro, sin comprender del todo dónde estaba.Roma la sujetaba con delicadeza, como si temiera que se desvaneciera en cualquier momento.—Beth… —susurró, sintiendo la presión de los dedos débiles de la joven en su muñeca.Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe y entraron un doctor y una enfermera.Sus expresiones eran tensas, pero su profesionalismo los mantenía firmes.—Necesitamos espacio. Salga ahora mismo —ordenó el médico.Roma vaciló un instante, sin querer soltar a Beth.—¡Pero ella…!—Ahora —repitió la enfermera con firmeza.Roma respiró hondo y asintió, soltando la mano de Beth con un nudo en la garganta.Se giró
Giancarlo y Mateo salieron de la oficina con la sangre hirviendo en las venas. Mateo apretaba los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaban en la piel. Su mandíbula temblaba de pura rabia.—¡Los odio! —bramó, con la voz rota por la impotencia—. Si pudiera matarlos con mis propias manos, lo haría sin dudarlo, padre.Giancarlo le puso una mano en el hombro, firme, intentando contenerlo.—Tranquilo, hijo. La venganza es un plato que se sirve frío. Confía en mí, ese dinero nunca lo disfrutarán.El señor Ramos los alcanzó con una sonrisa petulante en el rostro. No se molestó en disimular su avaricia.—Mañana, el dinero —exigió con voz soberbia—. Lo quiero en efectivo. Lo entregarán aquí mismo en el hospital.Giancarlo clavó sus ojos oscuros en él con un desprecio que habría hecho temblar a cualquiera. Sin embargo, el otro hombre solo se relamió los labios con ansia.—Lo tendrás —dijo con un tono gélido—, pero a cambio, firmarás un documento en el que cedes el cuidado de Beth y de
—¿De qué estás hablando, papá? —preguntó Humberto, entrecerrando los ojos con desconfianza.Su padre esbozó una sonrisa fría, llena de codicia.—Humberto, tendremos mucho dinero —sentenció con voz grave—. Solo debemos amenazar a los Savelli. Voy a traer un abogado y exigirles una fortuna por no desconectar a Beth.Humberto frunció el ceño, procesando las palabras con lentitud.—¿Desconectarla?—Esa idiota de tu hermana está en coma, Humberto. Es una carga inútil para nosotros... pero si fingimos que vamos a desconectarla, los Savelli estarán dispuestos a pagar lo que sea. Nos van a rogar. Y cuando tengamos ese dinero, podremos vivir la vida que siempre hemos querido.Por un segundo, el silencio se apoderó de la habitación. Entonces, Humberto rompió en carcajadas.—¡Mira nada más! Mi hermana por fin sirve de algo —dijo con una sonrisa maliciosa—. Papá, ¡vamos a hacerlo!Sin más, ambos salieron con prisa, ansiosos por encontrar un abogado que los ayudara a ejecutar su plan.***Siete dí
Mateo no podía más.Estaba completamente desesperado, como si todo su mundo se estuviera desmoronando a su alrededor. Caminaba de un lado a otro en la sala del hospital, sin poder quedarse quieto ni un segundo. El sudor frío recorría su frente, y su corazón latía de manera errática, a punto de explotar. Cada vez que pensaba en Beth, sentía que la angustia lo ahogaba más. El miedo lo consumía por completo.En su mente solo rondaba una pregunta: ¿Cómo estaba ella?Cada segundo que pasaba sin respuestas lo volvía más loco. El ruido en sus oídos se intensificaba, y aunque sus pensamientos trataban de calmarse, la ansiedad se apoderaba de él con cada respiración.Fue entonces cuando el doctor apareció, con su expresión grave y serena, como si estuviera tratando de disimular la tormenta de malas noticias que se venía.—¿Cómo está, Beth? —preguntó Mateo, con la voz quebrada, su garganta cerrada por la presión de la angustia. Necesitaba escuchar algo, cualquier cosa que aliviara su dolor.El
Victoria llamó a sus padres, su corazón palpitaba en su pecho mientras el teléfono sonaba.—¿Ya ha comenzado la operación? —La voz de su madre, Roma, resonó al otro lado de la línea. La preocupación en sus palabras era palpable, como una sombra que se cernía sobre el alma de Victoria.—Sí, hija, pero debes venir para apoyar a tu hermano —continuó Roma, con un tono que reflejaba la gravedad de la situación.Victoria apretó los dientes, tratando de calmarse. Respiró hondo, sabiendo que debía ser fuerte.—Ya estoy en camino, madre —respondió, pero en su interior sabía que mentía, que la angustia la estaba ahogando.Dejó el teléfono en su bolsillo y, en un impulso, su mirada buscó entre la multitud de la cafetería. Estaba en la universidad, entre pasillos y rostros ajenos, pero su mente no podía centrarse en nada más que en una sola persona: Humberto.Lo necesitaba cerca, como siempre. Su corazón le decía que debía llevarlo consigo, que debía estar con su hermana en este momento tan críti
Al día siguiente, volvieron a la ciudad.El viaje de regreso fue silencioso, con un aire de melancolía que flotaba sobre ellos como una tormenta a punto de estallar.Beth miraba por la ventanilla, pero su mente estaba en otra parte. El peso de la verdad recién descubierta y el miedo a la cirugía que la esperaba al día siguiente le hacían sentir como si estuviera caminando en la cuerda floja entre la vida y la muerte.Cuando llegaron a la mansión Savelli, Beth intentó calmarse, pero su pecho latía con fuerza.Se dirigió al salón para tomar aire, pero un presentimiento oscuro la invadió cuando vio a un hombre esperándola. Su piel se erizó. Lo reconoció de inmediato.Su padre.Se detuvo en seco, sus ojos clavándose en los de él, esperando una razón para estar allí.—¿Qué quieres? —preguntó con voz firme, aunque por dentro temblaba.El hombre dio un paso adelante y tomó sus manos con una suavidad que resultó inquietante.—¿De verdad estás muriendo? —preguntó con un tono difícil de descifr
Días después.Beth y Matías estaban en el consultorio del doctor, esperando los últimos resultados. La atmósfera estaba cargada de ansiedad. El tic-tac del reloj en la pared parecía ralentizarse, como si cada segundo se alargara a propósito para atormentarla.El doctor hojeó los papeles con un gesto serio antes de levantar la mirada.—Todo está en orden. Nos vemos el lunes a las seis de la mañana, Beth. A las diez en punto inicia la operación.Beth asintió con un nudo en la garganta. Apretó las manos sobre su regazo, sintiendo cómo el miedo le oprimía el pecho. ¿Sería este el final? ¿O solo un nuevo comienzo?Mateo tomó su mano con firmeza, transmitiéndole un calor reconfortante. Ella lo miró, buscando en sus ojos una certeza que nadie podía darle.Salieron del hospital en silencio. El sol de la tarde pintaba el cielo de tonos dorados, pero Beth solo podía pensar en la oscuridad que la acechaba.Subió al auto y fijó la vista en el paisaje. Su reflejo en la ventana le devolvió la image