—¡Tranquila, Beth, vas a estar bien!
El sonido de las máquinas resonaba en la habitación, acompañando la respiración errática de Beth a través del tubo.
Sus ojos estaban abiertos, pero su mente aún flotaba en un limbo entre la conciencia y la confusión.
Su pecho subía y bajaba con dificultad mientras su mirada temblorosa saltaba de un punto a otro, sin comprender del todo dónde estaba.
Roma la sujetaba con delicadeza, como si temiera que se desvaneciera en cualquier momento.
—Beth… —susurró, sintiendo la presión de los dedos débiles de la joven en su muñeca.
Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe y entraron un doctor y una enfermera.
Sus expresiones eran tensas, pero su profesionalismo los mantenía firmes.
—Necesitamos espacio. Salga ahora mismo —ordenó el médico.
Roma vaciló un instante, sin querer soltar a Beth.
—¡Pero ella…!
—Ahora —repitió la enfermera con firmeza.
Roma respiró hondo y asintió, soltando la mano de Beth con un nudo en la garganta.
Se giró y