Los ojos de Matías se endurecieron con una frialdad que jamás antes había mostrado.
Su mirada se clavó en la mujer frente a él con un desprecio que la hizo estremecer.
—¡Maldita sea, Laura! —rugió, con la voz cargada de furia y desdén—. ¿No he terminado contigo? ¿No te ha quedado claro que entre tú y yo todo acabó? ¡Déjame vivir en paz!
Laura sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Nunca había imaginado escuchar esas palabras de los labios de Matías.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, reflejando desesperación y agonía.
—¡Matías, no seas cruel! —suplicó, con la voz quebrada—. Soy una mujer al borde de la muerte, ¿por qué eres tan despiadado conmigo? ¡Te amo, te he amado siempre! Soy tuya, Matías...
Desesperada, Laura dirigió su mirada a Fernanda y cayó de rodillas junto a la camilla donde ella reposaba.
—Por favor, Fernanda —imploró, con los ojos llenos de lágrimas—, deja a mi hombre en paz. Déjame ser feliz con él. Matías me ama, lo sabes bien. Solo se casó contigo por despech