—Hola, Fernanda, ¿cómo estás? —preguntó Roma, con la voz temblando ligeramente mientras intentaba ocultar la preocupación en sus ojos.
Fernanda levantó la mirada y, forzando una sonrisa, intentó esconder el dolor que se reflejaba en su rostro.
—Yo... bien, gracias por venir. No debieron haberse preocupado —respondió, con una voz quebrada, casi inaudible.
—¿Cómo no íbamos a preocuparnos? —dijo Giancarlo, luego miró a Matías con rabia, mientras la frustración y el enojo se desbordaban en su tono—. ¿Por qué no la cuidaste mejor, Matías? ¡Nunca dejaría que tu madre sufriera un accidente! ¿Por qué no la llevaste en tu auto? ¿Eh?
Matías, avergonzado y derrotado, bajó la mirada, incapaz de sostenerla.
—Fue solo un accidente —musitó Fernanda como si esas palabras pudieran calmar la tormenta que se desataba a su alrededor, intentó intervenir para calmar la situación, aunque su voz ya temblaba por la tensión en el aire.
—Papá, por favor... no es el momento —dijo, con una mezcla de tristeza y des