Alonzo Wang regresó a la ciudad con Kristal unos días después.
El ambiente en el jet privado era tenso, aunque ambos aparentaban calma.
Kristal repasaba mentalmente cada detalle de la fiesta de esa noche, convencida de que sería su oportunidad de consolidar su posición junto a Alonzo.
Él, por su parte, miraba por la ventana con indiferencia, mientras una inquietud invisible comenzaba a germinar en su interior, aunque no lo reconociera.
La fiesta estaba en su apogeo cuando llegaron, pero algo en el aire se sintió extraño desde el primer paso que dieron.
Las conversaciones parecían detenerse momentáneamente, reemplazadas por susurros que no tardaron en hacerse audibles.
Mientras Alonzo y Kristal recorrían el salón, las miradas no eran de admiración, sino de reproche.
—Alonzo Wang es un hombre cruel —susurró una mujer mientras agitaba su abanico de manera nerviosa—. Su hijo acaba de morir, ¡y está aquí como si nada!
—Qué sangre tan fría. Ni siquiera fue a su funeral —respondió otra con un