40. Consejo y advertencia.
POV ALESSANDRO BALESTRI
Cada palabra que pronunció Irene se clavó en lo más profundo de mi alma, como una súplica silenciosa que me desgarraba por dentro.
No merecía cargar con tanto dolor; su tristeza era un peso que no le correspondía. Esa noche lo comprendí con una claridad brutal: no bastaba con abrazarla o consolarla. Quería amarla de otra forma, con una ternura que rozara lo sagrado. Quería besar su alma, sanar sus heridas con mis caricias y encender su cuerpo solo cuando su corazón estuviera a salvo entre mis manos.
Me acerqué con pasos medidos; la penumbra nos envolvía como un pacto secreto. Deposité sobre su piel besos tan suaves que parecían pedir permiso al aire.
La recorrí con la mirada antes de desnudarla, sin prisa, como quien desarma una fortaleza piedra a piedra para saborear su rendición. La adoré en silencio, dejando que mis labios exploraran la curva de su clavícula, deteniéndome allí donde su respiración temblaba. Sentí la tibieza de su cuello bajo mi boca y