Después de la descripción que su cuñado Daniel le dió de Sabrina, no pudo quedarse tranquilo. De pronto recordó que April le había entregado una carpeta con fotografías de la mujer y todos sus datos. Rápidamente se encaminó a su despacho comenzando a buscar entre los cajones la dichosa carpeta.
Cuando finalmente dió con ella se sentó junto a su escritorio comenzando a mirar las fotografías. Sabrina Thank era una mujer tremendamente hermosa, su cabello largo y castaño, sus ojos color miel y su piel tan blanca y tersa. Sin mencionar que las facciones de su rostro le daban un toque de belleza y sensualidad. Definitivamente, April había seleccionado a la mujer correcta para él. Por cuestiones de trabajo, no había podido ir a recogerla al aeropuerto, pero de algún modo se sentía mucho más tranquilo de saber que ella venía en compañía de Clara y su cuñado Daniel. Confiaba en que su esposa estaría bastante cómoda en compañía de ambos. Guardó la carpeta nuevamente en el cajón para luego abandonar su despacho y volver a la sala. April le había mencionado que eligió a la señorita Thank, por que no era un amujwr interesada u oportunista, muy por el contrario, estaba vendiéndose en una plataforma web por una terrible necesidad. Eso el podía entenderlo perfectamente, a pesar de haber nacido en cuna de oro, sus padres siempre les inculcaron el valor de ganarse el sustento y respetar a todas las personas, independiente de su situación económica. A veces la vida podía ser muy cruel y no dejaba muchas salidas, por ese motivo, estaba dispuesto a conocer a su esposa, saber que gatillo está desición. April en su momento le contó que Sabrina necesitaba costear el tratamiento de una de sus hermanas, la cual tenía cáncer de pulmón. Ese gesto, le pareció el acto de amor más puro y lo entendió, claro que lo hizo, porqué él por su hermana Clara estaba dispuesto a dar su propia vida. El timbre sonó y la ama de llaves corrió a abrir la puerta. El momento había llegado, ahí venía su esposa junto a Daniel y Clara. De pronto, Edwards se sintió demasiado ansioso, por lo que comenzó a gritar las manos y relamer sus labios de vez en cuando. Sabrina estaba tras Daniel, por lo que él cuerpo fornido y alto de su cuñado la cubría completamente, complicando la visual de Edwards. —Bienvenidos —dijo Edwards, su voz temblando ligeramente. —Buenas noches hermanito —Clara le besó la mejilla con ternura. —Hola cuñadito, mira quien llegó con nosotros —esboza una amplia sonrisa y se aparta, dejando al descubierto a Sabrina. —Tu bella esposa, Sabrina Thank. Edwards fijó la mirada en la joven frente a él, tan hermosa y efímera que temía entorpecer el momento. Jamás creyó en el amor a primera vista, pero en este momento, mientras miraba a Sabrina fijamente a los ojos, sintió ese flechazo, esa conexión casi mágica. —Buenas noches Sabrina, bienvenida a casa —se acerca con pasos torpes y le dedica una sonrisita juguetona. —Soy Edwards Snowden, tu esposo. —Rapidamente le tendió la mano, Sabrina inmediatamente la estrechó. Edwards sintió la deliciosa electricidad que el simple contacto provocó. —Un placer conocerlo, Edwards. —Sabrina lo miró fijamente a los ojos, su mirada reflejaba desconcierto y el mundo de Edwards en ese momento cayó a sus pies. ¿Acaso no era del agrado de Sabrina? ¿Ella no sintió la mágica conexión entre ambos? La indiferencia inicial de Sabrina fue un golpe directo en el ego de Edwards. No sabía cómo hacer para que una mujer se fijara en él, nunca había tenido la necesidad de hacerlo. Él era rico y atractivo, por lo que las mujeres de su círculo se le ofrecían en bandeja de plata. Ante la tensión del momento, Daniel y Clara se despidieron de los recién casados. Edward se colocó en cuclillas y besó el abultado vientre de Clara, quién en respuesta le acarició el desordenado cabello. —Ya estás malcriado a tu sobrino antes de nacer. Ambos hermanos rieron y después de un abrazo apretado, Clara y Daniel se fueron a casa. Estaban agotados y necesitaban descansar, Clara no aguantaba más el dolor de sus hinchados pies. Una vez a solas, Edwards le pidió a la ama de llaves que llevara el equipaje de Sabrina a la habitación que de ahora en más compartirían. —Sussy, lleva las maletas de la señora a mi habitación. —Por supuesto, joven Edwards. —Se acercó a Sabrina y le sonrió con amabilidad —¿me permite señora? —Sabrina le entregó sus maletas y su bolso. Cuando quedaron a solas en la sala, Edwards fue quién rompió el incómodo silencio. —Pasa Sabrina, toma asiento y ponte cómoda. —Se sentó en uno de los sillones y palmeó el puesto vacío a su lado. —Ven, creo que es necesario que antes de cualquier cosa tengamos una plática. —Si, creo que es bastante necesario hablar. Antes que nada te voy a aclarar una cosa. Por más que este matrimonio sea por contrato, no pienso serle infiel a tu padre contigo. No sé por qué clase de mujer me estás tomando, pero Daniel me habló de ti y de tu problema mental. —Lo miró con indignación —soy la esposa de tu padre, así que mantente alejado de mi. ¿Lo captas? Edwards ante las palabras de Sabrina estaba perplejo, de pronto vio a la mujer ponerse de pie e intentar alejarse, pero en ese momento la tomó de la muñeca evitándole partir. Al sentir la suave piel de Sabrina sintió esa placentera descarga eléctrica otra vez y suspiró temblorosamente. —¿Qué m****a, Sabrina? ¿De a dónde has sacado todo eso? ¡Mi padre no es quién te contrato, él está felizmente casado con mi madre y ahora están de viaje! Quién te contrato fuí yo y esta es mi casa. ¿De dónde has sacado todas esas ideas erradas? —Necesitaba que las cosas se aclararan lo antes posible. —Daniel, él me dijo que tú estabas enfermo, que tenías una extraña enfermedad mental y que te gustaba inventarte historias y te conciencias de ellas. —Se suelta del agarre. —Mira, no quiero parecer grosera, pero evitemos problemas. —Hay, no —se quejó Edwards. —Daniel te mintió, él es mi cuñado y es un maldito bromista. Ya con el tiempo te acostumbraras a su ácido y retorcido sentido del humor. —Deja escapar una risa nasal —ese idiota mañana me va a escuchar. —Si tú dices la verdad y Daniel miente, explícame por que motivo tu hermana apoya su versión de la historia. —Sabrina se cruza de brazos. —Si quieres que te crea necesito que me lo pruebes, de lo contrario, olvídalo. —Mi hermana siempre apoya las bromas de su esposo. Pero entiendo tu postura y créeme que la respeto. Mañana encontraré la manera de demostrarte mi versión de los hechos. —Suspiró resignado. Sin más, le pidió a Sussy que llevara el equipaje de la señora a la suite de huéspedes, a lo que la empleada asintió y obedeció inmediatamente. —Acomodaran tus cosas en la habitación de huéspedes. Quiero que estés tranquila y ahora descanses, mañana tendremos tiempo suficiente para entendernos mejor. —Esta bien, muchas gracias por todo. —Ella tendió su mano y el la estrechó con delicadeza, disfrutando de la calidez y suavidad de su piel. ••• Nada más entrar en la habitación, Sabrina se dejó caer en la cama. Estaba agotadisima y solo deseaba cerrar los ojos y dormir. Toda la tensión que venía acumulando desde hace tanto tiempo atrás. Una vez logró calmarse, decidió examinar la lujosa habitación que le habían designado. El cuarto era grande y lujoso, con un diseño moderno, casi futurista. Lo que más la sorprendió fue el inmenso guardarropas, el cual era un cuarto completo con probador incluido y para rematar, el lujoso baño con Jacuzzi incluido. Mientras exploraba, su mente divagó hacia sus hermanas. Pensó en cómo estarían, en las risas y los momentos que compartían, y sintió un vacío en su corazón al recordar lo mucho que las extrañaba. Sabía que al día siguiente, apenas tuviera la oportunidad, las llamaría por teléfono. Había pasado solo unas pocas horas desde que se habían separado, pero la unión con ellas era tan fuerte que sentía sus ausencias como un eco en su pecho. Con un suspiro, se acercó a la mesita de noche, donde había colocado una fotografía de su familia. Era una imagen que atesoraba, en la que todos sonreían felices en un día soleado, uno de los últimos momentos antes de que sus padres murieran en aquel fatídico accidente. Al ver sus rostros, sintió una oleada de amor y nostalgia, y sin pensarlo dos veces, abrazó la fotografía con fuerza. Sollozó en silencio, imaginando los brazos de sus padres dándole consuelo. Imaginaba un mundo donde la pequeña Laura no tuviera cáncer de pulmón y pudiera llevar una vida normal como cualquier niña de 9 años. Imaginaba una vida donde Joaquín no la dejó por otra mujer después de todo un año viéndole la cara de imbécil. Con todos esos pensamientos revoloteando en su mente, se quedó profundamente dormida.