Serena no lograba entender por qué el gran jefe tenía siempre ese aire de hastío con el mundo.
Era como si nada le interesara demasiado, como si lo viera todo sin emoción.
Probablemente porque había nacido rodeado de riqueza y poder;
cuando uno ha tenido el mundo en la palma de la mano desde la cuna, todo termina por parecerle efímero.
Por suerte, Esteban no era un sociópata ni un villano de novela.
Porque si alguna vez lo hubiera querido ser, nadie habría salido ileso.
Pero justo por eso…
Serena alzó la mirada hacia él.
Justamente por eso, a ella le gustaba Esteban. Mucho.
O mejor dicho: el único hombre que le gustaba era él.
Ted, al ver que Serena había regresado, soltó un suspiro de alivio y se escurrió discretamente escaleras abajo.
—Cómo te va en el rodaje?
Preguntó Esteban, con una copa de whisky en la mano, el líquido ámbar oscilando dentro del cristal:
—¿Cuándo terminan de grabar?
Serena, bien portada, sostenía su vaso de leche fría entre las manos:
—Aún faltan unos meses para