El móvil de Serena vibró. Había recibido un mensaje.
El coche de Esteban la esperaba afuera.
No quería seguir discutiendo con Lorenzo, así que se volvió hacia Donato y Luisa:
—Tengo un asunto pendiente. Me voy.
Salió por la puerta. El cielo ya se había oscurecido, y el viento nocturno traía consigo una brisa fría. Serena se ajustó su abrigo blanco, rodeándose con los brazos.
A unos metros, un McLaren azul estaba estacionado. Esteban estaba junto al coche, fumando con indiferencia. Cuando ella se acercó, él apagó el cigarro con calma:
—Sube.
Pero justo en ese momento, su expresión se tornó gélida. Su mirada se volvió oscura, llena de una frialdad inquietante.
Lorenzo se acercó desde la sombra:
—¿De verdad vas a irte con él, Serena?
Esteban soltó una carcajada seca:
—¿Y si no se va conmigo, qué? ¿Se va a quedar con un inútil como tú?
—Puede que yo sea un inútil —gruñó Lorenzo, incapaz de esconder su rabia—, ¡pero tú eres un maldito psicópata!
Serena se colocó entre los dos:
—¿De qué dem