Esteban se dio cuenta de repente de que había cometido un error al juzgar a Serena como a cualquier otra persona.
En realidad, nunca podía predecir lo que pasaba por la cabeza de esa chica tan peculiar.
Sí, era inteligente… pero también tenía una forma de pensar tan retorcida que a veces resultaba imposible seguirle el hilo.
Lo que Serena tampoco sabía era que, tras luchar tanto por pasar de ser una secundaria de novela melodramática a protagonista de historia romántica, estuvo a punto —pero a punto— de convertirse en la pobre canaria dorada encerrada en una jaula de lujo en una historia de dominación.
Tenía las muñecas sujetas con dos finas cadenas doradas. No le impedían dormir cómoda en la cama, pero eran lo suficientemente cortas como para impedirle huir.
Esteban se acercó y le quitó las cadenas con calma.
—No fue nada —murmuró.
Serena se sentó lentamente, con el cuerpo un poco dolorido. Esa habitación estaba en el segundo nivel del sótano, decorada en blanco y negro con un aire e