El Sr. García tenía buena relación con el padre de Donato. Al fin y al cabo, eran vecinos, y de jóvenes solían salir juntos a beber y frecuentar clubes nocturnos.
El padre de Donato era igual de despreciable: además de tener amantes por fuera, también solía golpear a la madre de Donato cuando volvía a casa. Eso hizo que Donato creciera con un deseo profundo de darle una paliza a su propio padre.
Pero su madre, de corazón blando, nunca le habría permitido hacerlo.
Así que si no podía golpear a su propio padre, golpear al de Serena le parecía un buen consuelo. Total, esos dos eran igual de despreciables.
Le dio una patada al Sr. García.
—¿Oíste bien? Serena quiere que le transfieras sesenta millones de dólares en un plazo de tres días.
El Sr. García se puso como loco.
—¡Ni en sueños! ¡Esa plata es de tu hermana! ¡Tú no verás ni un centavo!
Serena alzó una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Estás seguro?
Al ver a Donato crujirse los nudillos uno por uno con un sonido escalofriante, el Sr. García se encogi