Provocación.
Al día siguiente, tras una noche de insomnio plagada de pensamientos turbulentos y decisiones difíciles que tomar, Stella decidió dirigirse hacia el despacho del abogado.
Una vez que la secretaria, una mujer de aspecto impecable y expresión distante, la anunció mediante una breve llamada telefónica al despacho, Stella se acomodó en el asiento frentero.
—Y dígame señora Arteaga, ¿qué decisión tomó? —preguntó el abogado.
—Que quede claro que no estoy aceptando por sus estúpidas amenazas, porque si me lo propongo, a prisión no voy, ya que su cliente nunca permitió que se me declarada oficialmente muerta. Eso, lo sabe perfectamente —respondió Stella con una voz firme que no dejaba entrever cualquier atisbo de temor, mientras observaba cómo el abogado fruncía los labios.
—Solo estaba desaparecida, y no hay ningún delito en quererme alejar de un narcisista como Sebastián. Pero no he venido aquí a quejarme, el caso aquí es, que estoy de acuerdo con todas esas condiciones absurdas que pr